tag:blogger.com,1999:blog-47046914418150018412024-03-08T12:15:45.324-05:00El Blog de SolanoQuiere gritar, escapar de su propia realidad. Pero no son las palabras habladas su mejor recurso, no es dar la cara su mayor virtud.Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.comBlogger35125tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-61750768238729120082012-06-04T21:05:00.002-05:002012-06-04T21:05:30.726-05:00Un mal díaUn mal día es encontrar todos los semáforos en rojo cuando vas regresando a casa. Es que la jornada de ocho horas se extienda más y te parezca eterna. Es que el sobre del azúcar se te caiga entero en el café. Es que el sol te ahúme la cabeza mientras caminas sin afán para cualquier lugar. Es que el desayuno te manche la camisa y que, a pesar de despertar más temprano, llegues tarde. Es que las noticias de tu equipo de fútbol no sean, nuevamente, nada buenas. Es tropezar cuando la joven que pasea los perros cerca de tu casa te sonríe. Es que la Luna se te esconda detrás de las nubes. Es un mal día cuando la Luna te parece una hipócrita o cuando te quedas mirándola como si fueran los ojos de Medusa... y congelado te sorprendes atrapado por la nostalgia.<br />
<br />
Un mal día es un correo urgente que llega justo cuando estás apagando el computador. Es descubrir una raya enorme y muy visible en la pantalla de tu teléfono. Es que en la fila se te atraviesen otros afanes que no respetan tu propio tiempo. Es un paso pausado, es un regreso. Es desconfiar de la mirada de esa borrosa mancha a la que apodas 'los demás'. Es abrir una cerveza y recordar que es lunes.<br />
<br />
Un mal día es extraviar tu taza de café favorita. O que un vaso de agua se vuelque sobre tu teclado. Es que la señora de la tienda no te atienda bien y no responda ni a tu forzada cortesía. Es pagar deudas que vacían tu cuenta a comienzo de mes y es volver a tu casa para encontrarte con el desorden que aplazaste desde la mañana.<br />
<br />
Así termina un mal día.<br />
<br />
Un mal día comienza por allá a la media noche cuando se me atravesaron sus palabras (ajenas a mí, por supuesto). Avanza con piezas de mundo y de momentos que gritan su nombre. Continúa con brillos que evocan su mirada y carcajadas que imitan a la suya. Un mal día termina con la certeza de que fue un mal día porque no hice otra cosa que pensarla. Y yo ya la había olvidado.Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-35215435737844615392012-01-02T13:18:00.001-05:002012-01-02T13:19:54.720-05:00Renuncia a la nostalgiaRenuncia uno a la nostalgia y aparecen, como dando algún último aleteo desesperado, palabras que a su manera agrietan el corazón, desgarran un poco las heridas que poco a poco han cicatrizado y te hacen pensarlo una vez más. “La nostalgia es lo tuyo. No te engañes”.<br /><br />Aun así, vale decirlo, sigue una saludable terquedad anunciándote al oído que, si bien puede ser una buena o mala decisión, tu renuncia te ha traído buenas cosas. Tu vida es mucho mejor, sonríes con más ganas y vas dejando atrás asuntos que, a fuerza de rendiciones, dejaste simplemente ser y estar y que hoy conservan ya un lugar inamovible en tu experiencia y, hay que decirlo, llenan el margen de maniobra, el mínimo vital de nostalgia que te has permitido. Ni un poco más ni un poco menos.<br /><br />Dije, escribí hace poco que “casi olvidé, casi fui feliz” en este año que acaba de terminarse. Quedo con el impulso que dan los buenos momentos y los gratificantes resultados. Lejos estoy de alcanzar alguna meta -que por cierto ni siquiera me he propuesto- pero la cabeza, hoy más despejada, empieza a trazarse un mejor derrotero.<br /><br />Dolió en el alma y se notó en los ojos escuchar palabras como “¿por qué no me quedé con usted?”. Todavía se siente el peso que produjeron, el derrumbe que provocaron. Pero ella sigue ahí. Y yo también. Las cosas han cambiado. Ojalá el impulso de cambios radicales -que quién sabe en qué medida fueron posibles aunque la intención estuviera ahí- logren devolverle la felicidad que se le venía borrando de la cara y de la vida. Ella sabe todo lo que la quiero, sabe que esa nostalgia a la que renuncié (renuncio) tiene mucho que ver con ella o, mejor, con el recuerdo de las cosas que pasaron, con el momento en que decidió “no quedarse conmigo” aunque, en vista de los últimos acontecimientos y partiendo de una mirada, digamos, más objetiva, nos quedamos juntos para siempre. Es un nivel diferente, en calidad de algo muy diferente a lo que en algún momento habría yo deseado, pero juntos para siempre. Y quizás sea mejor así después de todo.<br /><br />Yo a usted la quiero ver feliz. Punto.<br /><br />Y bueno. Han pasado más cosas*, llegaron nuevas personas, se soñó un poco, se tropezó un tanto más.<br /><br />Si se vale alguna confesión, diré que la primera vez que la vi sentí algo parecido a eso que algunos describirían como un flechazo en el corazón. ¿Amor a primera vista? No, ya no creo en esas cosas. Pero sí creo en que por un par de días... mejor: por un par de semanas, volví a soñar. Aunque después viniera la realidad a enfrentarme con todo su peso y sus pellizcos para despertarse y sus paredes de piedra que no se pueden cruzar y esas montañas que no se mueven a fuerza de fe. En fin: realidad, cruda y amarga.<br /><br />Exagero un poco con aquello de “amarga”. No lo fue. Simplemente llegó para despertarme y recordarme ‘cosas’. Soledades y demás. Pero si algo vale la pena rescatar de todo el asunto es que, en primer lugar, si se abrieron nuevas grietas, estas lo hicieron en vetas que pensaba dormidas y atrofiadas (quiero decir: a pesar de todo sigo siendo capaz de ‘sentir’, lo que sea que eso signifique). En segundo lugar: con torpezas y todo lo que pueda decirse, se quedó para compartir buenas cosas, llenar los días de buenos momentos y, conectándose con todo lo que dije anteriormente, ayudarme a llenar el espacio que quedó con la expulsión -a medias- de la nostalgia.<br /><br />Trabajo, bien. Familia, bien. Salud, puede mejorar, pero bien. En fin. Las cosas salieron mejor de lo que yo mismo me esperaba. Hace menos de un año lo único que veía frente a mí era un abismo y la alternativa al retorno era saltar. Salté y, aquí vamos, planeando, aterrizando con gracia cada tanto para mirar el paisaje y, algo que no cambio por nada, disfrutar de la tranquilidad que devino tras una espantosa, espantosísima tormenta.<br /><br />Disculpas de nuevo por este pseudobalance general. Pero quiero volver a escribir y, por ahora, es este mi recomienzo. Gracias a las mencionadas por inspirarlo y por estar ahí. Por mantenerse ahí.<br /><br /><i>*Me permito escribir una suerte de balance -que es lo que es todo esto-. A fin de cuentas ¿hace cuánto no alimento esta esquina personal?</i>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-23056597415897259772011-09-28T23:12:00.003-05:002011-09-28T23:19:48.909-05:00Fragmento de la nota final de "Noche sin fortuna""Pero cómo va a ser decadencia si tengo un motivo tuyo entre mis cejas, entre mi árbol del pan, mi cinturón de hermes, averiado y todo pero férreo en ti, si lo hubiera utilizado para amarrarte, para golpearte en la cara y azotarte la espalda cada vez que me fallaras, cada vez que olvidaras darme la oportunidad de probarte que yo no te fallaré jamás, Eva primigenia, que me encontrarás en esta esquina a la hora que de dé la gana divina, la gana hermosa de venir a mí y está bien, parar tu carrito Simca, abrir la puerta, tenderme la mano, reclamarme, ayudarme a parar, yo me desgonzaré y dejaré que me sobes la cabecita, porque me lo merezco, porque he esperado mucho y he sufrido, me sobarás la cabecita y me besarás el cuello y me dirás las mil razones de tu necesidad de mí, me instruirás, me indicarás en la dirección que ahora quieres ir, la edad de las víctimas, se me da un pepino que sean, en realidad, los mejores amigos míos. Ven, ven por mí".<div><br /></div><div>A. C. </div>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-17981868415944591312011-08-11T22:55:00.004-05:002011-08-11T23:06:49.936-05:00"Puede ser la luna a mis espaldas"<div style="text-align: left;"><span class="Apple-style-span" ><i>Nota: No me atreví a hacerle la corrección que tal vez merecía el texto. Los que hemos leído a Caicedo acostumbrados estamos a perdonarle libertades de estilo y redacción. La magia está en otra parte.</i></span></div><div>
<br /></div>Puede ser una tarde con estrellas
<br />La tarde se parece a mí
<br />Soy un hombre melancólico
<br />Soy un poeta.
<br />Cuando tenía 12 años fui a mi primera
<br />fiesta y fue cuando me tocó bailar por
<br />primera vez en mi vida. Me fue muy mal.
<br />No me cogió el paso. Me dijo: no le
<br />cojo el paso y me dejó allí. Y yo fresco.
<br />Pero yo ahora pienso
<br />que si me hubiera cogido el paso ahora yo
<br />sería bailarín y no poeta.
<br />Hay gente que puede ser poeta y bailarín
<br />al mismo tiempo.
<br />Pero yo no puedo. Yo soy un hombre melancólico.
<br />Puede ser la luna a mis espaldas.<div>
<br /></div><div>Andrés Caicedo Estela</div>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-83533271109549934352011-08-01T21:35:00.001-05:002011-08-01T21:37:58.047-05:00La habitación de al ladoSucedió en la habitación de al lado y hace ya mucho tiempo. Pero ella no lo ha olvidado y ciertamente yo tampoco. La noche era joven, fría y se presumía agotadoramente aburrida. La fiesta que se había programado con amigos y conocidos no había tenido la concurrencia esperada y apenas un puñado de rostros conocidos ocupábamos el lugar llenándolo de bostezos y carcajadas solitarias que se aparecían de vez en cuando.<br /><br />Recuerdo cómo hablábamos de cualquier cosa y cómo yo empezaba a notar –efecto del frío o la soledad, no sé- que ella, una amiga con la que había cruzado cartas, mensajes, llamadas y mil cosas cuando había pasado algunos días de su vida allende el mar, resultaba más atractiva y sensual de lo que había notado antes.<br /><br />Quién sabe qué motivos tuvo ella. Pero tampoco quise averiguarlos cuando me respondió un breve intento de coqueteo con una sonrisa leve que se convirtió en una inaudible respuesta cuando decidió susurrarme algo al oído. <br /><br />Sé mis motivos y no hablaré mucho de ellos. Pero sí diré que la noche pasaba lenta y las carcajadas que de vez en cuando anegaban el lugar, interrumpían los pocos silencios que, más que incómodos, invitaban a lanzar propuestas arriesgadas. <br /><br />Propuestas que yo lanzaba con mis ojos y ella parecía responder igual. Pero cuando la boca quería firmar la propuesta y sellar la aceptación, la torpeza aparecía en forma de tartamudeo o se disfrazaba de sonrisa. Finalmente las palabras no hicieron falta. Las miradas cerraron el pacto y la noche conspiró con su lento transcurrir.<br /><br />Busqué algo que no recuerdo haber necesitado y me dirigí a esa, a la habitación del lado. El paso lento se hizo bullicioso ante alguna nueva carcajada inoportuna que pretendió llamar mi atención. Tardó mucho en llegar a mí. Llegué a pensar que no lo haría. Pero el sonido de sus tacones arremetió en la habitación con un leve escándalo apresurado.<br /><br />Cerramos la puerta con seguro y dejamos la luz apagada, recurso facilista para no cerrar las cortinas. Levanté su falda mientras sus manos heladas y ansiosas desabrochaban mi pantalón. Las bocas torpes que antes sonreían o repartían susurros en oídos ajenos se ocupaban formando apretados y desesperados besos.<br /><br />De pie, afanados, acallando gemidos mudos, extasiados por la prisa, hicimos en apenas unos minutos lo que tal vez no habríamos podido hacer cuando el tiempo y las circunstancias nos fueran más favorables. La sonrisa en su cara había desaparecido y era ahora un lamento de placer congelado en medio de la noche. Mis intentos de coqueteo de minutos atrás eran ahora brazos que apretaban, manos que dominaban, cuerpo que arremetía.<br /><br />Un llamado en la puerta interrumpió lo que ya se acababa. Apreté mi mano contra su boca y me apresuré a responder alguna cosa en voz alta. Cuando abrí la puerta su falda ya había regresado a su lugar y su cabello recuperaba la compostura. La dejé tras de mí aunque luego, un par de minutos después, salió a mi encuentro.<br /><br />La noche siguió con su paso lento. De nuevo una sonora carcajada invadía el espacio. Ella me empezó a hablar de cine y yo traté de arrastrarla, sin éxito, a una charla sobre la política internacional. Cuando dijo adiós sonrió con el mismo gesto en los ojos que imaginé cuando susurró en mi oído hacía tan solo algunas horas. “Adiós”.<br /><br />Vine a recordar todo el asunto ahora. Ahora cuando recuerdo que sucedió en la habitación de al lado y ella habla conmigo ya no de cine sino del cambio de la moneda y otros asuntos de la menor importancia. Yo trato de arrastrarla a una charla sobre aquel director de cine que tanto le gustaba. Juraría que me acaba de sonreír. Creo que lanzaré algún torpe coqueteo. Que no haya nadie en la habitación de al lado. Espero.Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-24539644870890360122011-07-31T22:51:00.003-05:002011-07-31T22:53:45.737-05:00Qué desastre«Tal vez, digo, yo sea únicamente el que te escribe: no, ése tampoco soy yo: yo soy el que piensa un montón de cosas que decirte, el que busca claridad en las palabras y las putas palabras no salen claras, salen amputadas, de vez en cuando brillantes, salen hasta "patéticas", qué desastre, qué estilo tan efectivo, qué talento. Más: yo soy solamente aquél que se emocionó con tu carta y pensó: "Voy a escribirle"»<br /><br />Andrés Caicedo Estela.Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-36751865962091812972011-07-28T22:03:00.000-05:002011-07-28T22:04:12.166-05:00A la largaA la larga todo fue, simplemente, una breve caminata a lo largo de quizás dos o tres cuadras oscuras pero matizadas por el ruido que a esas horas seguía reinando en sus alborotos mientras quién sabe cuántos más corrían de regreso, apresurados, hacia sus casas.<br /><br />Fue, por un solo instante, agradable dejarme llevar tras ella como jalado por esa sombra que se proyectaba apenas perceptible, a veces traviesa y esquiva, en el suelo de una calle que trataba de guardar la compostura tras una larga tarde de lluvia intensa y permanente.<br /><br />Decía, continúo, que fue agradable dejarme llevar por ella. Navegaba sobre su sombra mientras su cabello ondeaba como arrastrado por una brisa que me dejaba percibir su aroma, el mismo que me atrapó cuando apretujado logré la osadía de colarme al bus que me llevaría a mi destino.<br /><br />El viaje duró apenas unos minutos. Suficientes para percibir sus facciones limpias y, presumo, frías. El color del pelo, oscuro como el que más, contrastaba en su largura lisa con la pálida piel que no se permitía una sola sonrisa y el abrigo blanco que –presumo también- ocultaba una silueta fina y ligera.<br /><br />A la larga, decía al comienzo de todo esto, todo fue no más que una breve caminata sobre un par de calles oscuras y húmedas; revueltas por el viento que alborotaba ese aroma que despedía el cabello negro. Su camino dejó de ser el mío cuando giró hacia la izquierda en una esquina que, otras noches, recorriendo las mismas aceras, había ignorado.<br /><br />Me gusta creer que en ese lento y pausado giro hizo un gesto parecido a una sonrisa para despedirse antes de desaparecer tras quién sabe cuántas calles más. <br /><br />Lo cierto es que seguí caminando hacia adelante, sin mirar atrás y pensando que, a la larga, todo no había sido más que una caminata de, acaso, dos calles.<br /><br />Habría tenido que estirar un poco la mano y, tal vez, alzar la voz por un segundo mientras caminaba tras ella. Quizás ahora contaría otra historia. Pero la cierta es esta, que escribo antes de que se me olvide y se nos escape como ese bus que habría querido alcanzar para inventar una nueva fantasía con, quién sabe, alguna silueta de cabellos negros y largos y una pielecita blanca que se negara a sonreír.Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-29135014494192525002011-05-26T00:35:00.003-05:002011-05-26T00:52:32.493-05:00Tu hombro derecho<div style="text-align: right;"><i><span class="Apple-style-span" >Puedo y quizás debo decir muchas cosas acerca de este relato. Tiene el tono y la inocencia de otros años y la ambición que hoy mismo me queda difícil siquiera insinuar cuando me siento a escribir. Agregaría que fue escrito hace mucho tiempo y que sólo ha visto la luz cuando algunos ojos ajenos y cercanos se han dispuesto a leerlo. También, que impulsado por quién sabe qué ínfulas, hice una segunda interpretación y surgió un relato nuevo, otro punto de vista que algún día tendrá su turno de ser publicado. Pero esos son detalles que apenas me dan la gana de comentar en extenso justo ahora. Debo decir, eso sí, que durante mucho tiempo quise publicar este "hombro derecho" en este espacio, pero por su hostil longitud había decidido soportar el impulso hasta encontrar una mejor manera de hacerlo, menos ofensiva con los ojos y la paciencia de los pocos o muchos lectores que pasen por aquí. En fin, esa alternativa -esa manera de hacerlo- no llegó y no me quedó más que descartar la acción que, por fin y sin embargo, ahora me atrevo a llevar a cabo. Se presumirá que si así de extensa es la introducción, lo que sigue no será nada breve. No está del todo equivocado. Si quiere continuar, ya sabe por dónde seguir. Caso contrario, ya conoce la salida.</span></i></div><div style="text-align: right;"><i><span class="Apple-style-span" >N. del A.</span></i></div><div><br /></div>Alguna vez la veo por estos lados y no puedo dejar de mira su sombra, la misma que se perdió por detrás de los árboles de agosto una tarde cualquiera en que el destino la llamó y me encontró dormido o enfermo o débil o ciego o sin fuerzas para estirar los brazos y tomarla por su hombro izquierdo, su hermoso y fantástico hombro izquierdo.<br /><br />De repente la veo, entonces, y retomo uno a uno los recuerdos que aun se escapan por el rabillo del ojo y se meten por el oído a susurrarme que estoy triste y feliz, que estoy solo y con ella y que estoy vivo… y condenado.<br /><br />Ella, entonces, gira y con su hombro izquierdo, ese mismo hombro izquierdo que me vio llorar y se marchó horas después, me llama a mirar el horizonte tibio y la luz tenue de una tarde de septiembre, un septiembre cualquiera, que igual podía ser enero o julio… Creo que es septiembre, pero mejor pregúntenle a ella.<br /><br />Yo camino o mis pies caminan mientras yo me dejo llevar por ellos y por su sombra que me llama, impresa en el suelo y justo debajo de la primera nube de la noche que aun no es noche y de las lluvias de invierno en plena primavera. Ella está ahí, como mirando que lo que menos importa es que no es enero o que ella se fue o que simplemente no existe.<br /><br />Ella, mi ella, mi niña, mi joven y adorada anciana, mi vieja amiga y mi eterno amor, mi jodida vida y la más puta mierda que me ha podido joder la existencia… es ella, es todo lo que fui y lo que soy, lo que dejé de ser por ella y lo que soy por ella, mi sueño infantil y mi sueño de hoy, de anoche y de siempre. Es Ella, mi todo, mi ella. Ella.<br /><br />Ese agosto, o esa tarde con árboles de agosto, tarde de un día cualquiera antes de septiembre, se marchó y se escondió detrás de los inmensos troncos y el grueso follaje de un bosque que nunca más he visto, con el sol naranja atrapado tras las rejas de madera negra, con un cielo ocaso que ya nunca sería el mismo.<br /><br />Tal vez se fue siguiendo los llamados del lobo feroz o de la bruja mala… tal vez un hechicero de esos de los cuentos le impregnó al paisaje un insondable aroma que le llamó la atención y se la llevó lejos del mundo que por tanto tiempo compartió conmigo, construyó conmigo, jodió conmigo… Se fue mi ella y ya no volvió… o vuelve, pero para que la mire, la sueñe, la putee, la maldiga y la adore como siempre la he adorado.<br /><br />Maldita Ella, me dejó medio maldito y medio santo, con la cruz de su recuerdo a cuestas y con la inmensa insatisfacción de no haberle podido joder la vida para que, si algún día se iba, como en efecto se fue, se fuera odiándome, para que me recordara, maldita sea, para que por lo menos se atreviera a recordar que me jodió la vida, para que por lo menos al llamar me dijera que está mal y que me odia.<br /><br />Pero cuando me llama me dice mil cosas, que me quiere, que me adora, que me extraña. Que ya viene, que yo voy, que ya no más.<br /><br />Yo me limito a joderme la vida después de decir hasta nunca como quien dice te extraño. Ella se limita a enjugar un llanto pasajero para evitar que la pestañina le manche el rabillo del ojo y se le meta en el oído y le empiece a dibujar en el cerebro paisajes conmigo a su lado.<br /><br />Tal vez a media madrugada, cuando el sueño es invencible, ella se despierta al ver que me le meto por la oreja y le empiezo a decir al oído y a dibujarle en el cerebro, en el revés de los párpados, miles de historias de príncipes como yo y de princesas como ella, prefiere espantar, como si fueran moscas, mis imágenes difusas y se despierta, se levanta de su lecho, sea el que sea, sea el de quien sea, va al baño, se mira al espejo, se moja la cara, se fuma un cigarrillo de esos que marean y vuelve a la cama a amar a ese “quien-sea” o se duerme y lo sueña.<br /><br />Tal vez me teme, maldita seas, me teme, hijo de dios, me teme, hijo de puta, me teme… le teme a mi recuerdo.<br /><br />Pregúntenle a ella. A mí no me jodan con preguntas y déjenme acabar lo que les digo. O lo que le digo, al fin y al cabo no sé quién es usted o ustedes. Es más no sé nada. Bocas cerradas, labios sellados, codos atrás, manos arriba… cierren los ojos, que esto se acabó.<br /><br />Pero no lo que les cuento, se acabó el cuento, pero no se los he contado todo. Mejor dicho, todo tiene su final, nada dura para siempre, decía el cantante, hágale caso no joda. Oiga, limítese a escuchar y yo luego lo dejo que me joda con sus palabras entre signos de interrogación…<br /><br />¿Me temerá? Le teme a mi recuerdo porque sabe que me dejó metido en un hueco que empecé a abrir por ella. Quién iba a pensar que ese hueco de 20 por 40 centímetros no era para un árbol sino para enterrar los huesos que quedaran después del incendio en el que morí.<br /><br />Quién iba a decir que después de todo el fuego sí mata, el de la pasión, el del olvido, el del odio, el de la ausencia, que es un fuego frío, pero quema tan profundo que en la piel salen llagas que duelen al contacto con el aire y se sanan con el agua salada, sin pestañina, de un llanto ajeno.<br /><br />¿A cuántas maté por ella? Creo que fueron tres, pero mi memoria no me dice que fueran tan pocas y mi ego no me dicen que fueran muchas, tampoco, el golpe no mata pero hiere y más cuando es en la cara. La herida me dejó un morado eterno en la mitad izquierda del pecho y una cicatriz de 10 puntos de sutura en la mejilla derecha, esa que alguna vez se empapó del sudor bendito de su impresionantemente bello hombro izquierdo.<br /><br />La primera fue mi Lena, mi Lenita linda, que me abrazó como queriendo meterse al otro lado de mi piel y ser una sola cosa conmigo. Claro, yo me dejé abrazar y la abracé, por supuesto.<br /><br />Ella no pensó nunca en joderme la vida, pero casi lo hace. Semanas después me hallaba corriendo, seguido por un sinfín de luces rojas y azules y amarillas que me gritaban “quieto hijo de puta” mientras más atrás alguien decía “agárrenlo que se escapa y se mete a un hueco y capaz que nadie lo encuentra”.<br /><br />Pero no me metí a ningún hueco. Lenita se dejó abrazar tanto que se ahogó con mi fuerza. Yo le dije cuidado, porque si abrazo lo hago en serio y ella que se reía y me decía que tan tonto, que madure y sonreía y se le veían esos dientecitos blancos y esa lengüita que cuando besaba tocaba hasta los rincones más placerdantes de mi boca.<br /><br />Pero yo hablaba en serio y en serio la abracé el día en que mi Ella se asomó por entre los árboles de agosto. Era febrero.<br /><br />Lo recuerdo porque al respirar se alcanzaba a sentir el olor a mierda que dejaban los caballos al recoger toda la basura que quedó en las calles luego de las fiestas de fin de año.<br /><br />Ese diciembre llegó por esta parte del mundo un tipo dizque muy lindo que decía que era el rey de no sé qué cosas y que se iba a llevar a cuanta idiota quisiera. Sólo dos cayeron y volvieron al país antes de dos semanas arruinadas y jodidas, endeudadas con la vida y pagando a cuotas la inocencia que perdieron al conocer el mundo de Alemán…<br /><br />Así le decían al ojiverde, que en realidad tenía los ojos grises pero sólo yo me di cuenta al verlo frente al espejo de un baño vomitando una babaza verde y dorada en el lavamanos luego de haber besado a Clarita Meneses Clay, una loca que estaba poseída por el diablillo del pasado y que estaba condenada a la soledad de la cama más grande de este lado del mundo.<br /><br />De Alemán no se volvió a saber nada. De Clarita se siguió sabiendo hasta ayer, cuando mi Ella volvió a llegar. Pero no me adelanto.<br /><br />En fin, era febrero y yo abracé a mi pobre Lenita, que empezó a sonreír cuando le dije que me besara más duro que nunca y como no entendió se dedicó a abrazarme. Entonces, embargado por la urgencia de que mi Ella no me viera tan atragantado de rabia la abracé a la Lena y empezó a escupir barbaridades que nunca había oído en mi vida.<br /><br />Pero la seguí abrazando, que se jodiera, pensaba yo, que se jodiera y dejara de escupir. Que se joda y me vea ocupado abrazando a Lenita, a mi Lenita del alma. Pero cuando me di cuenta dejó de escupir y se cayó al suelo luego de dejarme de abrazar.<br /><br />Se fue cayendo, lentamente, agarrando como por arte de un último impulso el brazo izquierdo mío.<br /><br />Yo al verla caer agarré la manga de su saquito de rayitas naranjas y negras y blancas y colores de esos que ella vestía, pero siguió cayendo, dejando desnudar con la caída su hombro izquierdo, su asqueroso y repugnante hombro izquierdo. Salí corriendo.<br /><br />Meses después regresé a estos lados del mundo. Tenía en la cara, eso me dicen, las marcas de una larga temporada metido en un hueco para que no me encontraran. En realidad estuve vagando por otros lados del mundo. Visité a Alemán y le dije mono comemierda y él, riéndose, me mandó para el carajo de un puñetazo en el estómago.<br /><br />Dos semanas en el hospital, alimentado con puro suero y por entre esta venita que se ve en el brazo.<br /><br />Al volver Clarita estaba radiante, jodida como siempre, pero radiante. Yo pregunté por mi Ella, pero me dijeron que el día en que mataron a Lenita Villaveces ella lloró mucho y gritó a los vientos pidiendo perdón. La creyeron loca y nadie la volvió a saludar.<br /><br />Esa tarde de febrero, dicen, se perdió por detrás de los árboles de agosto, que de tristes parecían de enero y ya nadie nunca la volvió a ver, porque a nadie le importaba que ella llegara. Además, era un fantasma.<br /><br />Clarita fue la única que me reconoció y al verme, espantada, apenas si pudo señalarme con la mano derecha, con el dedo índice extendido, y rebuznar un ec, ec, ec, él fuuu…<br /><br />Yo la tomé de la mano y la besé, para callarla y porque sus labios eran entonces tan deseables que no pude resistir la tentación.<br /><br />Ella se dejó besar y desde entonces nos besábamos tres o cuatro veces por día. A veces yo tenía que correr al baño a vomitar con tanta fuerza que enflaquecí y se me borró del vientre la herida que me produjo Alemán y la cicatriz en la cara se desvaneció al tercer día de regurgitar los besitos de Clarita.<br /><br />Fueron meses felices y bastante desagradables para los que compartían el mismo baño en el que vomitaba Alemán. No me importaba, porque al levantar el rostro, frente al espejo, estaba ella, no Clarita sino Ella, mi Ella, sonriéndome y diciéndome que era un idiota y que dejara de vomitar.<br /><br />Me estaba enloqueciendo. Decidí invitar a Clarita al bosque de los árboles agostinos y el cielo naranja, con el sol encerrado tras rejas de madera negra. Clarita aceptó.<br /><br />Esa tarde de septiembre, lo recuerdo porque el naranja era más bien gris y el negro era más bien blanco y el sol era más bien luna, no apareció un alma en el parque. Ni siquiera las de nosotros dos: En ese entonces ya no teníamos alma.<br /><br />Esa noche no vomité. Me dediqué a observar con atención la desnudez miserable y lastimosa de Clarita, cuya piel extremadamente blanca espantaba al fantasma de Lenita que venía a sentarse en mi cama para recordarme que debía abrazar a Clarita.<br /><br />Al otro día, sin embargo, embebido de una furia sin igual, besé a Clarita unas 32 veces, según mis cálculos y me enfermé. Ella también y se murió, porque el veneno que le inyecté en el corazón de león que palpitaba en su párpado derecho emborrachó su cerebro y le volteó los pulmones hasta reventárselos. Dejó en mi recuerdo final un beso plasmado en la punta de mi dedo del corazón de la mano derecha.<br /><br />Aun me arde cuando escribo, pero ella, lo sé, me está agradeciendo su muerte. Ojalá Grolie lo supiera.<br /><br />Dicen que él, Grolie, me está buscando para hacer justicia. Que trae un palo de madera negra con un sol naranja pintado en la punta. Está loco, ¡¡como va a hacer justicia con un recuerdo que no existe!!<br /><br />El pobre Grolie estaba enamorado de Clarita pero ella nunca le regaló un beso de vómito. El pobre cayó en un pozo de soledad del que ya no pudo salir.<br /><br />Dicen que embarazó a una mujer que fue a venderle la salvación eterna a la casa. Pero ese hijo, por supuesto, no era la reencarnación de nuestro señor Jesucristo el salvador del mundo. Por eso la policía lo agarró y lo metió al calabozo de los asesinos de futuros. A los tres días lo sacaron en dos camillas. Una larga con su cuerpo. La otra corta, con su cabeza y un palo café oscurísimo con un sol pintado en uno de los extremos.<br /><br />Nadie lo fue a reclamar a la morgue. Tal vez por eso se sentaba encima de mí por las noches a hablar con Lenita. No sé porqué nunca invitan a Clarita a sus extensas charlas.<br /><br />Un día después de que la cabeza de Grolie salió por la ventana del calabozo de los asesinos de futuros fui al parque de los árboles de agosto a ver el entierro. Allí estaba medio pueblo, el otro medio me estaba buscando para darme una herencia que me había dejado el pobre Grolie.<br /><br />Era el palito, que estaba hecho de puro balso y no servía para matar ni a una hormiga. Pobre Grolie, yo pensé que me quería matar.<br /><br />Al final de la tarde, cuando el sol era todavía más luna y el naranja era más gris y el negro era aun más blanco, apareció Ella, mi Ella.<br /><br />Traía el vestido de siempre, pero no era la misma. Su belleza natural se había perdido tras un manto negro, con vetas blancas, que cubría su deliciosamente hermoso hombro izquierdo.<br /><br />Me miró y me sonrió de tal forma que creí que me llamaba. Cuando me acerqué gritó y salió corriendo, escupiendo babaza por la boca y maldiciendo el pensamiento que había provocado en mí los pasos que di hacia ella.<br /><br />Corrió como espantada por el sol que empezaba a caerse por el borde del mundo y corrió tan rápido y dejando tan vacío el horizonte que pensé que no había visto más que un espejismo de esos que ella dibujaba cuando estábamos vivos y caminando por el camino que va de mi casa al cementerio en donde había enterrado el último gran amor de su vida.<br /><br />Era Julito Marco Pinilla, un loco que se quería emborrachar de música y terminó debajo de un árbol cantando ayeres y mañanas olvidándose de la pobre Ella, mi Ella, dejándola con el ramo de cartuchos negros marchitándose entre sus manos pequeñas.<br /><br />Una tarde, cuando caminaba alrededor de su árbol de fantasía y acústica improbable, una ráfaga lo hizo caer estrepitosamente encima de su guitarra sin cuerdas. Por supuesto la rompió y al querer saber el origen de esa ráfaga no encontró nada distinto al verde claro que manaba mi Ella al pasar. La culpó y le lanzó tan crueles improperios que ella apenas pudo atinar a decir ayes y mierdas y más ayes.<br /><br />Al otro día vinieron los de la policía, porque alguien les dijo que estaba loco y que dejaba mal olor. Pero no lo encontraron. Mi Ella se lo había llevado, hacía muchas horas, a meterlo en un hueco porque se le había muerto mientras jugaban a la venganza.<br /><br />Nadie más lo supo. Sólo yo, que la vi y le quise ayudar abriendo un hueco, pero ya no era necesario, Mi Ella ya lo tenía todo listo. Creo.<br /><br />Me fui para mi casa a pensar en el pobre Julito. Siempre cantando hacia la luna pidiéndole un poquito de luz para poder encontrar la hoja de papel de arroz que se le había perdido por dormir tanto en la mañana.<br /><br />Pero ahora era solamente un hueco tapado con tierra negra, lombrices y pasto.<br /><br />Cómo ya no la vi más decidí volver a mirar detrás de los árboles, aún bajo la probabilidad de perderme entre los barrotes de madera negra. Por eso até a mi cintura el color negro que emana mi cuerpo durante septiembre.<br /><br />No la vi sino hasta muchos días después, cuando estaban tumbando los árboles a gritos porque se había comido a tres niños y una mujer embarazada. Algunos dicen que fueron los pillos, otros que fueron los lobos y otros que habían visto a las ramas caerse dijeron que se los había comido el bosque, que por los días de octubre y noviembre se despierta a comer niños.<br /><br />Yo no creo nada de eso, yo creo que ellos se escondieron y se perdieron hasta enloquecerse con la soledad de Mi Ella. Al menos eso fue lo que descubrí luego de varias noches durmiendo al lado de una hoja de luz de luna.<br /><br />Ella apareció por entre las ramas y abrazó los gritos que hacían caer los árboles, que parecían hojas de papel en un remolino de viento.<br /><br />Cuando la vi traía cubierta la frente por una maraña de pelo blanco y tierra. Se acercó por mi espalda y, sin que yo la viera, me tapó los ojos con los dedos de sus manos preguntándome que de qué color era el aire que manaban las rosas luego de las brisas de agosto.<br /><br />Cuando me dejó verla, a su lado, de pie y con la mirada perdida en debajo de las ramas de los árboles, estaban Clarita y Julito, agarrados de la mano y bailando al son del zapateo de Lena, que había llegado más linda que nunca.<br /><br />La abracé con fuerza, empapado de alegría, pero ella apenas si emitió un suspiro de nostalgia. Me alejé.<br /><br />Lenita, que seguía zapateando ante los abstraídos bailarines, me miró con resentimiento y no pude más que evitar su mirada por el resto de mi vida que fueron unos pocos días más.Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-3122590366144264272011-03-05T13:50:00.001-05:002011-03-05T13:50:53.915-05:00Piernas, tenis y botas de tacón<p class="MsoNormal" align="center" style="text-align: left;">Me gustan las mujeres de piernas largas y delgadas. De piernas bellas. Lanzo bendiciones, agradecimientos y saludos de admiración a granel para aquellos que bien tuvieron a inventar ligueros, faldas, minifaldas, tacones, botas de caña alta y otros adornos que han logrado magnificar aun más la hermosa línea que trazan las extremidades inferiores de ese otro invento maravilloso llamado mujer.</p> <p class="MsoNormal">Ver a una mujer con alguno de estos elementos despierta en mí el impulso que todo fetiche despierta en su víctima. Claro. Las limitaciones de distancia, tiempo y dimensión con aquella persona, ora amiga, ora desconocida, ora actriz o personaje de películas, pone en mi cabeza –y cuerpo, claro- los límites necesarios aportados por la razón. El freno está ahí. Me limito a observar extasiado… o a evitar mirar, según el caso.</p> <p class="MsoNormal">Adoró la sensación de posar mi mano en una rodilla apenas cubierta por alguna falda y acariciar con firmeza mientras subo un poco más y me topo con el borde de un liguero. Confieso que, en ese preciso instante, no sé si debería subir más o descender nuevamente. En ambas direcciones se presume el paraíso para las yemas de mis dedos. Procuro ascender. A su tiempo.</p> <p class="MsoNormal">También me encanta y me produce regocijo el ver botas o zapatos de tacón descansar junto a mi cama mientras sobre ella descanso yo y alguna mujer que ha sabido coronar en sus pies (?) la belleza en forma de calzado, generalmente alto, puntudo, negro… o rojo, en preferencia.</p> <p class="MsoNormal">Disfruto sentirme rodeado por las piernas largas, frías, suaves y hermosas de una mujer desnuda que ha tenido a bien conservar sobre su piel las medias de liguero. Agradezco el gesto como corresponde. Considero, aclaro, una estupidez soberana despojar de esta prenda –invento fantástico y fenomenal- a quien ha tenido la bondad, la santa bondad, de pensar en vestirla. </p> <p class="MsoNormal">Piensa uno, tratando de mirar las cosas objetivamente, que no hay nada mejor que –insisto- unas piernas largas y delgadas, vestidas por ligueros, faldas y zapatos de tacón alto, en su genial defecto botas, en su genial defecto pantalón. Y sí, parece ser un pensamiento bastante acertado. He ahí mi mayor fetiche, ese conjunto de elementos que complementan a unas piernas desnudas.</p> <p class="MsoNormal">Y, sin embargo, tengo que decir que no hay mejor momento, mejor recuerdo, mejor sensación, mayor placer, que el producido por la imagen –generalmente recordada, pocas veces revivida- de esa mujer desnuda, al igual que sus piernas largas y hermosas, con alguna marca temporal en la piel producida por las medias o qué sé yo, recostada a mi lado sobre alguna cama, mientras en el suelo descansan ya no una falda junto a unas botas o zapatos de tacón, sino por un jean acompañado por un par de tenis que, si me ha leído antes, sabrá de qué marca son.</p> <p class="MsoNormal">Esta última imagen es mejor que cualquier fetiche. Y, si bien podría pasar tardes enteras disfrutando de mi fijación por las botas, los ligueros, las faldas y todo eso de lo que he hablado, me gustan más las horas que paso caminando con una mujer de tenis. Otro tipo de fetiche, otro tipo de placer.</p>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-65491490367011118532011-02-25T19:16:00.000-05:002011-02-25T19:17:24.621-05:00Un café con azúcar<p class="MsoNormal">La imagen abrió un mundo de posibilidades. Podría largarse sin dejar rastro y no volver nunca. Cerrar para siempre cualquier vía de contacto. No responder llamadas. No contestar mensajes en su correo. No abrir la puerta de la casa. Contar con el silencio cómplice de sus amigos. Desaparecer para siempre. Dejarla sola, sola y culpable. Sola y miserable a pesar del placer que sentía en esa postal imaginaria que le había regalado sin pretenderlo, sin saberlo, sin proponérselo.</p> <p class="MsoNormal">Fabián bajó las escaleras, salió a la calle, cerró la puerta con particular delicadeza para no hacer el más mínimo sonido y se sentó a pocos metros de allí a contemplar la joven noche, la gente que pasaba por allí, los perros que ladraban a la luna. Las sombras inmóviles que apenas imaginaba al otro lado de la ventana, de esa ventana que ocultaba a Norma.</p> <p class="MsoNormal">Al mirar hacia la nada, por un instante, recordó de nuevo esa tentadora posibilidad de venganza: desaparecer. Se planteó seriamente hacerlo, calculó probabilidades y encontró cómo no sólo era muy posible lograrlo con éxito sino alimentarse con la idea de que Norma empezaría a llorar con el paso de las horas, los días, el silencio sepulcral que le regalaría en respuesta a su postal.</p> <p class="MsoNormal">En pocos minutos trazó un plan que muy cerca se encontraba de la perfección. Llevaría a cabo la idea que había surgido temprano esa mañana y que consistía en tomar el apartamento que habían desocupado frente al suyo. La vista le encantaba y el precio no era mucho mayor. Además sabía que podía trasladarse de inmediato y sin necesidad de gran ayuda. </p> <p class="MsoNormal">En la cabeza ya tenía las palabras que les escribiría a sus amigos para explicarles que no deseaba tener contacto con Norma por ninguna vía y se inventó una buena estrategia para que ellos sirvieran de cómplices a su silencio. Establecería como regla fundamental la de no responder llamadas de teléfonos desconocidos, cambiar de manera radical los sitios de rumba frecuentados, así como las salas de cine, los museos y los horarios de sus actividades.</p> <p class="MsoNormal">Intercambiaría con algunos de sus compañeros los turnos de trabajo y no le parecía gran sacrificio volver a esos horarios que empezaban en mitad de la noche y terminaban cuando el sol ya se había declarado amo y señor del cielo. También pediría un traslado de sede, posibilidad que sí se presentaba muy improbable pero que, de resultar, haría más fácil su intención de volverse invisible para Norma. Sería un seguro prescindible a la vez que la cereza sobre el postre que sentía estar preparando.</p> <p class="MsoNormal">Finalmente, la familia. Ese se convertía en el asunto más crítico del plan, pues no sabría cómo encarar las preguntas de sus hermanos o sus papás o sus primos, siempre tan atentos, siempre tan serviciales con la hermosa Norma, a la que consideraban el amor de la vida de Fabián. Tendría que enfrentarlos. Decirles la verdad cruda y pura y explicarles a grandes rasgos su plan. Pedirles ayuda para llevarlo a cabo, rogarles de ser necesario para que participaran en él y, en caso de fracasar, simplemente ordenarles cumplir con esa voluntad so pena de desaparecer también de sus vidas.</p> <p class="MsoNormal">Abrió los ojos sorprendido por una voz desconocida y extraña que poco a poco se abrió paso en la oscuridad de la noche para convertirse en una sonrisa asquerosa, sucia, maloliente. Solicitaba caridad, alguna moneda, algún pedazo de pan. Lo espantó con un frío “no tengo” y esperó, con la mente distraída, a que el invasor se fuera. </p> <p class="MsoNormal">La distracción vino saludable. Reconoció en sus adentros que su plan, si bien probable a pesar de lo difícil, tenía algo que lo hacía parecer muy radical, casi peligroso para su vida social. Se convertiría en una especie de renegado venido a menos. La escena en la que se veía enfrentando de manera tan fuerte y decidida a su familia no parecía suya, la sentía posible y lograba visualizarse en ese papel, pero se sabía extraño. No podía siquiera fingir una sonrisa al imaginarse en esa situación.</p> <p class="MsoNormal">Y se empezó a derrumbar allí su plan. Si temía convertirse en un monstruo capaz de renunciar a su familia, qué podría detenerlo a la hora de enfrentarse a algún amigo que se negara a secundarlo en su plan. El trabajo también podría verse afectado y, quizás, renunciaría a él ante el primer obstáculo que pusiera en el camino de sus propósitos. </p> <p class="MsoNormal">Meditó un segundo. Nada le pareció demasiado. Sucedería como lo pensó. Renunciaría a todo de ser necesario. Empezaría de ceros si la vida lo obligara a hacerlo. Desaparecería de la vida de Norma. Ese sería su último regalo. Su último homenaje. Lo había decidido.</p> <p class="MsoNormal">Se levantó decidido de la silla y caminó de vuelta a su apartamento dejando atrás la ventana, la casa, la escena que lo había llevado crear con prisa y una enorme rabia contenida un plan casi perfecto. A cada paso se sentía más satisfecho y se iban resolviendo solos los pequeños detalles que podrían retrasar o afectar sus objetivos.</p> <p class="MsoNormal">Llegó a su edificio, subió las escaleras, abrió la puerta y se encerró en las cuatro paredes en las que descansaba lo que a la mañana siguiente serían poco más que los muebles en los que dormiría su pasado. Al recostarse en la cama sintió el enorme peso de los enormes ojos negros de Norma que lo miraban desde una foto en la mesa de noche.</p> <p class="MsoNormal">Con la resignación del desesperanzado suspiró su nombre. “Norma”, dijo, mientras sentía que su plan se derrumbaba lenta e inevitablemente. Comprendió, bajo el magnetismo de la mirada transparente y la sonrisa implacable de la foto que su problema no era desaparecerse de la vida de ella, sino desaparecerla a ella de la suya.</p> <p class="MsoNormal">Por eso, al amanecer salió de inmediato a buscarla. Llamó a su puerta y, al abrirse, apareció el rostro cansado y adormilado de Norma. Al verla no pudo evitar que la postal de la noche se hiciera presente. Buscó sin querer encontrarlo al hombre sobre el que ella cabalgaba exultante de placer. Su mirada había perdido la transparencia que lo había fulminado desde una foto y percibía su sonrisa como la falacia más grande de la mañana. </p> <p class="MsoNormal">Ella le ofreció un café. Fabián lo aceptó con la más hipócrita de sus sonrisas. No bastaron las cinco cucharadas de azúcar para borrar la amargura de su boca. No bastaría una tonelada de dulce para evitar que entonces, y sólo entonces, empezara a odiarla.</p>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-60827433997250363932011-02-17T23:46:00.000-05:002011-02-17T23:47:02.609-05:00Luz Diana<p class="MsoNormal">Tenía unos ojos verdes y enormes. Su cabello largo color castaño oscuro era coronado, según lo recuerdo, por una aparatosa hebilla azul que parecía formar una flor artificial, algo muy parecido a una rosa. Insisto: apenas algo muy parecido. Las manos, las suyas, parecían demasiado limpias y cuidadas para ser las de una niña de apenas 5 años, edad que teníamos los dos cuando la conocí.</p> <p class="MsoNormal">Nuestro primer encuentro fue una fría mañana en la que tras una larga sesión de llanto y pataleta infantil, me rendí a la realidad que enfrentaría durante el resto de mi vida infantil y adolescente. Dejé que mi mamá se marchara y que, tras su partida, la pesada puerta café de mi colegio, me dejara encerrado con una cantidad de niños, unos más grandes, otros más chicos que yo, a los que no conocía.</p> <p class="MsoNormal">Mi puesto en el salón de Transición, primer grado de aquel pequeño colegio que sólo ofrecía estudios hasta el quinto de primaria, fue justo frente al de la profesora Mercedes, una robusta mujer con ya sus buenos años encima, que sin embargo lograba manar un cariño que, junto a su hermana, la profesora Tina, marcaron una época en mi vida en la que todo resultó ser fácil. Pero de eso hablaré en otra ocasión. </p> <p class="MsoNormal">Fue Mercedes la que me presentó a Luz Diana: Luego de terminar la primera plana que hice en mi vida, llamé a la profesora para manifestarle mi alegría en forma de círculos y palitos, mal que bien culminada en una hoja de papel. Al ver el regular resultado de mis trazos torcidos y torpes, me pidió prestado mi borrador. “No tengo”, supe decir con menos decisión que antes, al exhibir mi <i style="mso-bidi-font-style:normal">opera prima</i>.</p> <p class="MsoNormal">Fue entonces cuando pronunció su nombre: “Luz Diana”, dijo. Y vino hasta mi lado la linda muchacha que arriba, más o menos, empecé a describir. Desde entonces la recuerdo. Siempre seria, siempre con esos ojos verdes y grandes. Siempre con una sonrisa que, también, siempre me fue ajena. </p> <p class="MsoNormal">Trato de recordar las pocas veces que su cara fue más que la frialdad hecha niña, y tal vez fueron apenas dos veces. La primera de ellas casi cuatro años después de nuestro primer encuentro cuando, ya bien posicionado en mi lugar de estudiante del montón, rozando el límite de la mediocridad, en menos de 20 minutos, preparé la exposición que no planeé en las dos semanas que tuve para ello. El resultado fue un 8.0 en la calificación, sólo afectada por la falta de una buena cartelera que apoyara mi discurso. Los dos puntos faltantes para la nota perfecta me los dio ella, toda sonrisa, toda ojos brillantes, toda palmas.</p> <p class="MsoNormal">Fue mi cómplice en ese momento de gloria y en los anteriores de desesperación. Sentada a mi lado, por esas cosas del azar que fue benévolo conmigo esa mañana, fue la primera en informarme de que ese día yo tendría que hablarle a toda la clase. También me prestó el libro que –costumbre bien aprendida- olvidé en algún rincón de mi casa.</p> <p class="MsoNormal">La otra sonrisa me la regaló una tarde cualquiera, cuando mientras mi cabeza se despreocupaba por las notas miserables que me serían suficientes para pasar el quinto grado, mis pie derecho regresaba desnudo al colegio luego de un cerrado partido de fútbol en el que me consagré como la figura, no sólo anotando cuatro goles sino atajando disparos increíbles luego de ser relegado al arco, tras una patada criminal lanzada por Yesid, un buen tipo que, sin embargo, descargó en mi tobillo toda la bronca de su derrota. El juez apenas le sacó tarjeta amarilla. Yo estaba ocupado llorando, no tuve tiempo de reclamar.</p> <p class="MsoNormal">Al regresar al colegio, como decía, mi pie derecho muy inflamado llamó la atención de profesores, compañeros y algún curioso colado aquella tarde en las instalaciones del pequeño edificio. Luz Diana, preguntó a Mauricio, profesor de mi curso y árbitro de aquel épico encuentro, sobre lo sucedido.</p> <p class="MsoNormal">Tal vez arrepentido por la benévola sanción proferida contra Yesid, Mauricio no ahorró elogios para destacar mi actuación. Mientras masajeaba mi pie con algún pedazo de hielo y un ungüento, nrró cada gol con la pasión de hincha furibundo y cada atajada como un desbordado poeta balompédico. Por fortuna mis lágrimas quedaron entre él y yo… y Yesid. Y los demás jugadores.</p> <p class="MsoNormal">Ella, con los ojos brillantes y extasiada hasta el alma con el fantástico relato, giró su rostro hacia el mío. Sonrió con la magia que se permiten tener las jovencitas de 9 años y, con la voz más dulce que jamás sus labios pudieran emitir, me felicitó. Dijo que esperaba que mi pie mejorara y salió corriendo, coloreando el colegio con el aroma a rosas de su cabello y mi vida con el luminoso brillo del recuerdo.</p> <p class="MsoNormal">Las siguientes semanas fueron las últimas en las que pude ver a Luz Diana. Terminó el año escolar y, como predije, las notas bajas no fueron suficientes para impedirme salvar el curso. Nunca más la volví a ver. De vez en cuando busco su nombre en Facebook y cosas similares, pero no atino a dar con un par de ojos verdes y grandes que se parezcan, siquiera un poco a los de ella.</p> <p class="MsoNormal">Cuando llegué a la adolescencia pensé en retrospectiva en Luz Diana y su generalizada indiferencia conmigo. Pero era más que indiferencia, era casi un rencor, tal vez un asco que no se compadecía de sus manos hermosas y límpidas. Recordé, después de mucho pensar, el desenlace de nuestro primer encuentro.</p> <p class="MsoNormal">Un final escenificado en un salón casi vacío, Mercedes con un trapo en sus manos, mi cabeza avergonzada escondida bajo mis brazos, mis pantalones mojados y Luz Diana, asomada desde la puerta, tratando de comprender por qué el nuevo alumno no había sido capaz de ir solo hasta el baño.</p> <p class="MsoNormal">Mis jornadas futbolísticas, en adelante, sufrieron un franco deterioro y, aunque logré convertirme en un portero más que destacado en campeonatos escolares, mis victorias futbolísticas se cuentan con los dedos de una mano. Ah, cada vez que me acuerdo de Luz Diana, me duele un pie. Y sonrío. </p>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-72996778366195492332011-02-11T14:55:00.001-05:002011-02-11T14:55:47.173-05:00Ventanas<p class="PadderBetweenControlandBody"><o:p> </o:p></p> <p class="MsoNormal">Canela el color de la piel, negro el de los ojos y el cabello y unos labios que parecían la personalización misma de la sensualidad hecha carne. La voz, esa explosión ronca en la distancia, parecía el efecto de imprudentes años de whisky que agradecí en silencio la primera vez que la escuché. </p> <p class="MsoNormal">No podía ser más completo ese conjunto. Sus pechos se insinuaban enormes al otro lado de la pantalla y mi primera impresión fue la de una cintura delgada que coronaba las piernas más largas, estilizadas y hermosas que han podido percibir ojos masculinos alguna vez en la vida. Más tarde comprobé que, aunque algo inexacta, mi suposición resultó prácticamente acertada.</p> <p class="MsoNormal">Esa imagen, vista tantas veces al otro lado del país y de la pantalla de mi computador, otras veces –muy pocas, por cierto- frente a mí, era la que venía a mi cabeza esa tarde en que la abordé lanzando piedras en esa ventanita blanca y bendita del Gtalk.</p> <p class="MsoNormal">Hablamos. Ella en su oficina, yo en mi casa disfrutando de las mieles del desempleo. Nos extrañábamos lo suficiente como para saber que necesitábamos encontrarnos en alguna habitación, aunque esta fuera virtual. Pero nuestros espacios reales nos lo impedían. Las palabras, una vez más, las mismas que sirvieron para captar su atención, eran hoy mi arma para atraerla hacia mí, para retumbar ahora más allá de sus oídos y empezar a producir ecos en su vientre, en sus piernas, en su pecho.</p> <p class="MsoNormal">Mi mano empezó a recorrer con todas sus cuatro letras las rodillas, el estómago, insinuando con las palabras “dedo”, “palma” y “yema” la silueta e sus senos, el mundo ausente que descansaba en su entrepierna. La recorrí plena y aun la blancura extrema de su ventana, su ventanita, empezaba a empañarse con la humedad que empezábamos a aprender a reinventarnos a través de la distancia y la ausencia.</p> <p class="MsoNormal">No me extiendo en detalles. Se sabe que no es mi estilo. Pero pronto nos vimos desnudos, uno frente al otro, al borde el éxtasis. Esa frontera difusa en la que no sabemos qué tan lejos está el comienzo o qué tan lejos el final. Regresar al principio o avanzar hasta el final requiere el mismo sacrificio.</p> <p class="MsoNormal">“No siga”. No bastó más, nada más para detenerme. Me pidió un segundo que se extendió por varios minutos –así son estas cosas-. Un instante que quizás me fue igual de útil y necesario. Salió a tomar aire, supe después, buscó con la punta de sus dedos el frío refrescante del agua a través del grifo.</p> <p class="MsoNormal">La mirada siniestra (fantástica) de sus ojos negros, acompañada por una sonrisa del mismo talante, la saludó desde el espejo. Siniestra y radiante, claro está.</p> <p class="MsoNormal">Regresó con esa pose infame hasta su asiento y golpeó con cuatro letras en mi ventana. “Hola”, escribió. Describió la urgencia que la llevó a obligarme al silencio, con la misma mirada y la misma sonrisa dibujando su rostro. Sabía que la imitaba sin pretenderlo.</p> <p class="MsoNormal">La conversación prosiguió por otros rumbos. El color de la tarde en su ciudad más claro que en la mía, la lluvia que se ensañó con esta última y el sol que hacía lo propio con las calles que ella recorría. </p> <p class="MsoNormal">Una mirada negra y siniestra (fantástica) vino en la noche desde otra ventana en mi pantalla. El “No siga” de horas antes se convirtió en un incitador “continúe” pronunciado en voz alta y ronca. Obedecí. Mientras, sus ojos negros me miraban fijos y brillantes desde el otro lado de la ventana. </p>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-53387990067714840262010-11-22T23:26:00.001-05:002010-11-22T23:26:57.185-05:00Vacío<span xmlns=''><p>Siempre habrá tiempo para el olvido, para levantar de nuevo la cabeza y para enfrentarse de nuevo, con total tranquilidad, a un mundo lleno de posibilidades abiertas, de peces en busca de ser pescados, de luz, de sol y de rutas que deben ser descubiertas. Eso lo sabe. No le queda duda de que así será. Pero eso no sirve para menguar el vació que se apodera de su pecho.<br /></p><p>Pasan las horas y los días y él no sabe qué camino tomar. Es consciente de que el futuro no se quedará esperándolo para siempre, pero el afán no es su mejor amigo ni su mejor estrategia. Ha decidido quedarse sentado frente a sus recuerdos mientras el sol decide escaparse del cielo y ya, con la noche, dejarse vencer por el cada vez más débil poder del sueño. Algo que parece improbable.<br /></p><p>Hace tan solo un par de noches no fue capaz de dormir por más de una o dos horas seguidas. En la profundidad del sueño algo, alguna presencia lejana le hablaba al oído, le recordaba su voz, su aroma, sus palabras. Tentado a llamarla encendía la luz y se resignaba a observar el techo blanco y frío. Un techo que poco a poco iba tornándose azul, más claro en su blancura. Y llegaba la mañana.<br /></p><p>La calle, ese destino obligado, recibía a un hombre que trataba de ocupar sus pensamientos en filas de bancos, cuentas por pagar, trancones que apelaban a su paciencia y compras que había que hacer. El hambre hacía días no lo acompañaba, pero se daba el chance de engañar a la boca con algún plato para masticar. Ritual que hacía puntualmente a cualquier hora, en cualquier lugar. De cualquier manera.<br /></p><p>Sabía que debía evadir rutas comunes o, por lo menos, esas que están llenas de recuerdos. Pero sus pies no son más fuertes que su deseo y siempre llegaba a la esquina de siempre, al restaurante en que ella se daba la oportunidad de reír mientras torpe y mágicamente dejaba caer sobre sí algo de comida. Los dos reían.<br /></p><p>También se atrevía a meterse al cine en el que en varias ocasiones presenciaron historias lejanas que los acercaban un poco más. El beso, el abrazo, la caricia, encontraban en la tiniebla titilante de la sala a la mejor aliada y las sonrisas mudas hacían acto de presencia en sus oídos.<br /></p><p>Pero eran sólo recuerdos que, a pesar de su calidez, no lograban llenarlo de esperanza ni sacarle una sonrisa de más de dos segundos. Tiempo que pretendió extender esta noche con un par de cervezas frías en el bar, el primero, el único, el destino siempre buscado tras una tarde de restaurante, cine, caminatas por calles al azar y paradas cada vez que una luz, su sonrisa, deseara ser apagada.<br /></p><p>La suerte, buena o mala, le permitió coincidir. Sorpresa esperada, pero casi descartada. Ella estaba allí, sentada en el rincón que en otro tiempo les perteneciera a los dos. Mirando hacia afuera, como esperándolo, como pretendiendo llamarlo con la mirada. Al verlo, sonrió con la torpeza de quien logra más éxito del esperado. Se abstuvo de saltar hacia él, que lentamente se acercó.<br /></p><p>La noche, con lluvia, posee ese formidable brillo que se ambienta con la enorme sonrisa de quien se atreve a mirarlo desde la silla de en frente. Algo más confiado que hace un par de horas, que hace unas cuantas cervezas, se osa a lanzar miradas fijas a los ojos, sonrisas de medio lado y uno que otro comentario que, en otro momento, preferiría comerse para no correr el riesgo de pasar vergüenza.<br /></p><p>Y a esa noche salieron. Cubiertos por una enorme nube gris, bañados por una leve llovizna, caminaron como antes, sus brazos enlazados. Sus miradas buscando esquinas dignas de presenciar sus besos. Y al final del sendero azaroso: una habitación, una cama, unas sábanas ansiosas de recibirlos. <br /></p><p style='text-align: center'>***<br /></p><p>Por las grietas de la cortina se cuelan los rayos de sol. Se dibujan en la habitación las presencias: libros regados por el suelo, un computador que anhela, exige ser conectado, un desastre de miserias desparramado por todo el lugar y, sobre la cama, un hombre, él, observando con ojos atentos la frialdad blanca de un techo mudo.<br /></p><p>Empieza su nueva rutina. Abre ventanas, sale a la calle, ocupa su mente en bancos, cuentas, comida, calles… de nuevo un cine se atraviesa en su camino. Cae el sol nuevamente, el bar lo llama y allí, como cada noche, un rincón reservado. Como cada noche, nadie lo espera. Como cada noche, fabricará un recuerdo para rellenar su incapacidad de olvidar.<br /></p><p>Un recuerdo que, como esta historia, concluye con un hombre mirando a un techo frío, blanco. Vacío.</p></span>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-79501937725636523612010-10-27T11:20:00.000-05:002010-10-27T11:21:02.436-05:00Tres<p class="MsoNormal"><b style="mso-bidi-font-weight:normal">I<o:p></o:p></b></p> <p class="MsoNormal">Amanece. Una leve llovizna cae sobre la ciudad y la tímida luz del sol, junto a las gotas que resbalan lentamente en la ventana, conforman una mágica postal que, de tener una cámara a la mano, podría ser inmortalizada. Pero este no es el caso. Más tarde, cuando el calor empiece a crecer y el rocío, junto con la lluvia, sea apenas un recuerdo, no habrá tal imagen. Sin embargo, él se atreve a soñar. Hay luz y lluvia y magia y postales eternas y esperanza en el mundo. Podría darle un nombre, pero no se atreve a pronunciarlo. Hay que salir a la calle y toparse con ese nombre hecho carne. La imagen que le devuelve el espejo es perfecta, ni un cabello fuera de lugar. Su vestido es impecable. Su aroma, inconfundible y atractivo. Sólo un detalle para tener en cuenta: para el resto del mundo, este, es un día cualquiera.</p> <p class="MsoNormal"><b style="mso-bidi-font-weight:normal">II<o:p></o:p></b></p> <p class="MsoNormal">El horizonte permanece intacto. Las horas pasan, pero la imagen a través de la pared –poderes mágicos de las princesas- está en el mismo estado en el que la había dejado horas antes. Ella, fragante y luminosa, como su sonrisa, espera a que aparezca por la puerta el dueño de sus pensamientos. Torpe, con unos ojos que brillan al mirarla, con unas manos que no saben qué hacer y unos labios que, esta vez, como otras, tampoco sabrán que decirle. Pero espera. Es desconocida la sensación, el temblor en las piernas, el sudor frío, la sonrisa nerviosa. Es extraño el afán que la sacó temprano de su cama esa mañana, la obligó a buscar en el espejo la imagen más agradable, a perfumarse, a decorar su rostro con la más mágica de las sonrisas. Obligada, como ahora, ansiosa, a esperar.</p> <p class="MsoNormal"><b style="mso-bidi-font-weight:normal">III<o:p></o:p></b></p> <p class="MsoNormal">La puerta se ha cerrado. En una esquina el hombre más feliz del planeta abre un cuaderno sobre su pupitre. En un rincón, casi opuesto, la clara y límpida mano de la mujer más alegre del mundo escribe alguna fórmula matemática sobre la hoja cuadriculada. Rumores, preguntas, lecciones, campanas, lápices, risas, horas, ruidos y un universo entero ocupan la mañana. Ellos, él y ella, esperan. Llega el final del día. El afán, una mirada cruzada en la distancia. Una sonrisa leve en el rostro de ella. Un temblor imperceptible en las piernas de él. Fin de las clases. La puerta se abre y el barullo se desborda. Quedan ellos solos, ocupando el salón. Una mirada más, otra sonrisa. Una mano –la de él- extendida; una mano –la de ella- que se deja atrapar. Caminan juntos sin cruzar palabra alguna. El colegio, con sus lecciones, sus cuadernos y sus fórmulas, queda atrás. Y dos bocas que buscan un primer beso, empiezan a escribir una historia que, aunque termine al final del año, durará para siempre.</p>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-4595011836980697952010-10-01T14:03:00.001-05:002010-10-01T14:03:07.670-05:00Hace frío<span xmlns=''><p>Habíamos aceptado todo. Renunciaría yo a la comodidad de mi letargo, a despertar tarde en la mañana, a la dichosa soledad de ver televisión sin considerar perdido un solo minuto, a la tranquilidad de quien tarda una hora en la ducha sin más complejos que el sentimiento de culpa que produce el alto costo del recibo que se paga a mitad de cada mes.<br /></p><p>Ella, por su parte, renunciaría a su ciudad, a su tranquilidad, a la cómoda soledad desde la que me había encontrado. Dispuesta estuvo a dejar de una vez por todas que al otro lado de la cama se empezara a dibujar mi silueta y el calor de mi espacio empezara a quedarse allí para siempre. Dejaría para después su vida, quizás abandonada para siempre, con la sospecha de que ese "para siempre" me tendría a mí como protagonista.<br /></p><p>Imaginamos las noches en que la nevera repleta de mil y una cosas no nos ofrecía lo que buscábamos: Coca-Cola. Pensamos en lo lindo y maravilloso que sería salir al frío bogotano, arropados con cuanto abrigo encontráramos en los cajones y, siempre agarrados de la mano –mejor- abrazados, caminaríamos hacia algún supermercado de esos que abren las 24 horas. Nos detendríamos en cada esquina para decorar con un nuevo beso la noche y seríamos, la ambición era grande, sencillamente felices.<br /></p><p>Los reencuentros de cada noche serían, dijimos, como la primera cita en nuestras vidas: una cama llena de flores, una puerta que se abre, una habitación vacía, unas manos cubriendo unos ojos, quizá una venda, una pareja que se deshacía y derrumbaba hacia el abismo claro del placer, unos ojos cerrados, un suspiro, mil besos, una explosión y, finalmente, una mirada.<br /></p><p>Sería, sin duda, una historia memorable de esas que no se escriben todos los días. Iniciaría como esa noche en que decidimos hacerlo. Al hablar, durante horas, surgieron las posibilidades: su certera e ineludible llegada a Bogotá, mi insoportable necesidad de huir de mí mismo, sus ganas de sentirse por fin dueña mía y poseída por mí, la tentadora imagen de sus lentes y los míos durmiendo en la misma mesa de noche, nuestra innegable urgencia de ser salvados y rescatarnos mutuamente de la soledad.<br /></p><p>Recuerdo que, mientras ella me hablaba al otro lado de la línea, salí a caminar bajo el frío de la noche. A nuestra manera dijimos que sí a todos los sueños que construíamos de tanto hablar como quien –dijo el poeta- hace camino al andar. Finalmente, mientras la luna me miraba y el brillo de la alegría explotaba en mis ojos (creo a ciencia cierta que igual sucedía en los suyos): pregunté. Ella respondió afirmativamente. Preguntó. No fui menor a las expectativas.<br /></p><p>Pero nuestro mutuo y feliz "sí, acepto" terminó por enfriarse con la distancia. No logré huir de mí y ella se sintió poco capaz de salvarme de mi soledad, prefiriendo no renunciar a la suya. Poco a poco se nos fue apagando la explosión que decoraba nuestros rostros y la vida, esa genial libretista con sus giros dramáticos, nos permitió una última llamada, un adiós que parecía adueñarse del "para siempre" que habría querido tener mi nombre. Y nos fuimos.<br /></p><p>Hace poco hablé con ella. Supe que su inevitable llegada a Bogotá parecía no tener más plazos posibles. Supo que mi huída de mí seguía siendo una empresa inviable. <br /></p><p>De las últimas cosas que me dijo recuerdo con absoluta claridad un par; de esas que se graban en la mente y que el cerebro no sabe qué hacer con ellas, qué orden dar al cuerpo. Confieso que entre la alegría que me da saberla bien y tranquila y algo feliz, se me cuela cierta nostalgia bien disimulada. Dijo que había logrado olvidar rápidamente y que en su llegada a Bogotá un "Sí, acepto" la esperaba, viviría con alguien y se daría la oportunidad de llenar con un nombre distinto al mío ese probable "para siempre". Ah, dijo además, que ya no toma Coca-Cola, algo que consideré poco menos que una traición tan alegremente perdurable como su sonrisa.<br /></p><p>Por mi parte diré que de vez en cuando mi nevera me obliga a salir a la calle protegido de mi abrigo favorito en busca de una Coca-Cola. Nadie me habla al oído y me permito el lujo de reír cuando la Luna se deja ver, quizás recordando esa caminata en que aceptamos darnos la vida entera. Sigo en Bogotá y seguiré aquí por tiempo indefinido. Lo más cerca a un "Sí, acepto" que he tenido se fue sin preguntar –ni dejarse preguntar- nada digno de esa respuesta. A veces la recuerdo. Hace frío. </p></span>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-85397679200833331322010-09-25T22:32:00.001-05:002010-09-25T22:32:18.026-05:00Una sonrisa desde el umbral<span xmlns=''><p>El cuento de hoy es muy breve. Pretende serlo. Ya veremos. Habla de un hombre de pie en el umbral de la puerta de una habitación en la que descansa una mujer. Habla de una noche plagada de estrellas y de un viento leve que logra colarse por las ventanas y ondear, como a bandera victoriosa, la ligera y poco tenaz cortina.<br /></p><p>Habla, además, de un libro arrojado, sin el más mínimo de los cuidados, en el suelo, junto a la cama. Piso en el que descansan varios pares de medias desperdigados por aquí y allá, una libreta de pensamientos a medio llenar, un billete que juega a las escondidas desde hace ya varias semanas –y contando- y, claro, el fantasma de un perro que se niega a abandonar la alfombra sobre la que se echó tantas veces.<br /></p><p>Es un cuento breve, lo he dicho, y habla de un hombre que observa desde la puerta, un hombre ansioso por encender la luz, despertar a la mujer que tan profunda duerme, besarla, acariciarla, penetrar con su lengua sus labios, gemir un placer enorme en su oído y buscar con sus dedos el placer en ella. <br /></p><p>Un hombre que se da media vuelta y recoge sus pasos para sentarse en una cafetería cualquiera, beber un tinto oscuro, hirviente y sin azúcar; abrir su libreta, empezar a recordarla y narrar una breve historia sobre alguien que escribe acerca de una mujer que lee. <br /></p><p>Que lee y sonríe. Como también sonríe el hombre que la mira leer desde la puerta. Buenas noches.</p></span>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-20097532497856145192010-09-12T23:44:00.001-05:002010-09-12T23:44:39.073-05:00¿Qué tal?<span xmlns=''><p>Qué tal coger, por ejemplo, esta puntillita, mal clavada como ves, y presionar la punta con el dedo. Darle, duro, presionar más hasta que la piel se ponga blanca por la presión. Y más. Seguir empujando, que el dolor aumente y la carne ceda. Que empiece a salir la sangre. Tocar el huesito, seguir presionando, empujando, hasta que la puntilla llegue a atravesar totalmente el dedo y finalmente levante la uña. Que la arranque desde adentro. ¿Qué tal?<br /></p><p>O si no, entonces que ella le diga que no. La que tantas veces le ha negado el sí, otra vez le diga que no y se vaya. ¿Qué tal la incertidumbre de no saber qué está haciendo a estas altas horas de la noche? Pues qué va a ser si no lo que piensa, pendejo. Con el amor de sus tormentos. Y más aún. Ponerse a imaginar de verdad qué-es-lo-que-está-haciendo. Seguir hasta que el puñal le arranque el corazón desde adentro.<br /></p><p>Duele ¿cierto? Pero no es lo mismo. Este dolor tiene que ver más con el sentimiento y aquél con las sensaciones -¿si es así Mayena?- Cómo sea.<br /></p><p>Estábamos en la puntilla. Y qué hace uno en esas. Rico. Coger el dedo, chuparse la sangre. No sé por qué se me ocurrió esto, pero viendo y escuchando desde el televisor a esa trompeta, al tal Clifford dele que dele con las mejillas infladas como globos, y a punto de reventarse, como globos, por eso lo decía, se me dio por reventarme el dedo.<br /></p><p>Chuparse la sangre. Con el dedito en la boca, vuelto mierda, chupar y con la lengua acomodar la uña, todavía pegada con alguna fibrita de piel a alguna parte de la mano, en su lugar original si es que aún queda cimiento de aquél. Chupar. Rico.<br /></p><p>Y la sangre que baja por la boca, la lengua y la garganta. Calientita y mía. Quiero decir, la sangre de uno mismo. Y de pronto sentir su calorcito en el pecho y quizás sentirlo en el estómago. Ah, placer, sólo placer.<br /></p><p>Después meterse otra pepa, otro soplo, otra bocanada. Para dormir el dolor y no dejar despertar los cabales. Mientras tanto mirar que en la mesa, en la puntilla, un trocito de carne propia y viva llama, roja, a gritos. Tomarla con el dedo, otro dedo, la misma mano, y pa la boca. Rico. Masticar, mezclarla con la pepa vuelta grumos a mordiscos o revolverla con el polvito… Mierda, mierda, meterla en el tubo y comérsela a bocanadas. Mierda. Los cabales que para allá se fueron.<br /></p><p>Qué tal esperar a que llame, que seguro llama, por esta cruz que llama -¿si o no Mayenita?- y esperar a que salude. Saludar, claro. Preguntar que cómo le fue anoche. Y justo antes de que abra la bocaza, caverna de escombros y purita mierda, y diga que tragó y tiró de lo lindo, mandarla para la mismísima mierda. Y sin dejarla decir esta-boca-es-mía tirarle el teléfono, ponerle un tramacazo a la distancia y en el oído, en la oreja, y volvérsela chicuca, física chicuca. ¿Sí o no? Bacano. Por fin algo de placer. <br /></p><p>Y salir a la calle a que el frío me haga doler el dedo, el puto dedo vuelto mierda. Pero le tiré el teléfono y la mandé pa'llá, pa donde sea. Algo de placer para este muerto. ¿Qué tal? ¿Cómo la ves?<br /></p></span>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-58597493434988057072010-09-05T14:50:00.001-05:002010-09-05T14:50:56.470-05:00Habría preferido quedarme a su lado<span xmlns=''><p style='text-align: right'><em> "…que vengo liviano como la espuma de las orillas…"<br /></em></p><p>Mire. Al salir de mi casa me sorprendió notar cómo el cielo se empezaba a derretir y una lluvia fortísima parecía dispuesta a desaparecer la ciudad de la faz de la tierra. Relámpagos y vientos cruzados amenazaban con, primero, espantar cualquier amago de tranquilidad en mi cabeza y, segundo, vulnerar mi equilibrio para arrojarme al suelo, quizás a algún charco mal ubicado o a una avenida algo transitada. Nunca antes fue tan grave y cierta la posibilidad de hacer realidad esa muletilla con la que antes solíamos reírnos: casi me atropella una avenida.<br /></p><p>Caminé. Le confieso que lamenté muy poco mi casi radical negativa a usar paraguas. Sucedió que al verme totalmente empapado, pensé que tal vez habría sido mejor aprovisionarme con alguno de los que descansan junto a la puerta de mi casa, pero luego me alimentó la certeza de que habría sido prácticamente inútil. La lluvia parecía rebotar en el suelo. También lo lamenté hace unos minutos cuando me vi dispuesto a lanzar un par de piedras hacia su ventana y notar mi lamentable estado. Ya sabré si este remedo de arrepentimiento será duradero. Dependerá de usted, de su reacción, naturalmente.<br /></p><p>Corrí. Fíjese cómo son las cosas. Uno cree que bajo la lluvia la carrera es contra el tiempo, contra el agua y contra los demás seres humanos que se encogen a su manera para recibir de la manera menos estrepitosa semejante ataque tan desmedido de los cielos. Pero no. De alguna manera un perro, un animalito de esos que se jactan de ser los mejores amigos del hombre, al verme sospechosamente conforme con mi estado cuasi-acuático empezó a ladrar insistente e insoportablemente. Pronto venció el temor al agua y salió dispuesto a cobrar mi osadía, a morder mi piel endurecida por el frío, a amargar de alguna manera el dichoso encuentro que me esperaba al final de este laberinto de calles que me trajo hacia usted.<br /></p><p>Huí. Es necesario aprender a evadir ciertos lugares. Un par de fantasmas enormes han pretendido despojarme de lo poco o nada que guardo en los bolsillos. Fueron desconfiados mis ojos y hábiles mis pies para evitar que esta parte de mi cuento fuera un lamento sobre los pesos perdidos, el teléfono extraviado y la tranquilidad golpeada. Estoy intacto entonces, completo. Empapado y tiritando de frío. Y sin nada más que agregar en ese sentido.<br /></p><p>Descansé. ¿Sabe? Es largo el camino a su casa cuando no se detiene un solo taxi o bus en el trayecto. Creo que el agua, escondida en mi ropa, aumentó en varios kilos mi peso y quizás por eso nadie me dio cabida en sus carros. Una estela de gotas sobre el suelo podría perfectamente conducirme de regreso, pero esta suerte de Hansel moderno ya conoce ese sendero. Ya he llegado a su casa de chocolate, ojalá caliente. Eso es lo verdaderamente importante.<br /></p><p>Como ve, no ha sido la más sencilla y victoriosa de las travesías que pudiera haber emprendido alguna vez. Pero aquí estoy, finalmente, para penetrar en su espacio y colármele entre el cabello, contarle al oído mi desventurada aventura y jugar a regalarle un poquito de calor en esta noche helada y fría.<br /></p><p>Empieza a llover. El camino de regreso es largo. Sobra decir que preferiría quedarme a su lado, pero, aun así: preferiría quedarme a su lado. <br /></p><p>*** <br /></p><p>Mientras camino noto con algo de decepción cómo las nubes cubren casi la totalidad del cielo. Es tarde, algunas estrellas se dejan ver a través del agua condensada que presurosa empieza a caer con súbita fuerza. Pero no hay Luna. Y hace falta. No hay faro que me indique el camino para perderme y me temo que, al final de un par de horas, habré llegado al destino de siempre, al inevitable, a la puerta que, al abrirse, no me traerá nada nuevo: un café, algo para comer y, finalmente, la cama, sin ella. Vacía.<br /></p><p>Dibujo la Luna y me dejo llevar por ella hacia esa cama que no espera y allí, en el lugar de siempre la encuentro. A ella. Me dejo caer sobre las sábanas calientes. Desaparece el frío. Cierro mis ojos. Usted me abraza. Ha sido una larga y difícil travesía. Pero usted susurra un leve grito en mi oído: "gracias" dice mientras me abraza. Mientras penetra a mi lado mis cobijas y deja que su calidez me cale en los huesos. No necesito más.<br /></p><p>Habría preferido quedarme a su lado. Pero llueve. Y aquí está. </p></span>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-68519826684387002772010-08-30T18:33:00.001-05:002010-08-30T18:46:10.180-05:00El muro que mis dedos buscan penetrar<span xmlns=''><p>Esta noche hablaré de princesas. De esas que tienen poderes mágicos y logran detectar la luz del horizonte aunque sus ojos tengan en frente un enorme, pesado e infranqueable muro. Esas que, además, cometen la mágica torpeza de hacer volar la comida por los aires, manchar un poco sus vestidos y reír con sonoro estrépito.<br /></p><p>Frente a ellas puede haber un príncipe desinteresado en sus historias, un ogro con ganas de tomarse un café, un plebeyo soñando demasiado o, digamos, un flautista algo hastiado de espantar ratas con sus melodías y más preocupado por hacer sonreír a la princesa con una historia torpe o con una torpeza histórica, cualidad que ha aprendido a disfrutar en noches como esta, cuando ella lo escucha con atención.<br /></p><p>Pero puede suceder, y sucede, que frente a la princesa no hay nada más allá o más acá del muro. Está sola. La distancia no le permite decir demasiado y, lo poco que dice, corre el peligro de no ser escuchado.<br /></p><p>Confieso que suelo pasar por allí, cerca de esa torre en la que está encerrada, para tratar de escuchar cada cosa que dice. A veces se oye un susurro, a veces una sonrisa disfrazada de susurro… a veces una carcajada retumba por las paredes y llega hasta mis oídos. Cierro los ojos, un poquito no más –es esta distancia un lugar peligroso- y trato de imaginar la mueca que hace al emitir cada sonido.<br /></p><p>Y espero. Con algún sonido que dice recordarme o que presume que no lo hace. Pero eso es lo de menos en este instante. Dije que hablaría de princesas, no de los que las esperan o las buscan o tratan de visitarlas a sabiendas de que sólo tendrán de ellas eso, esos sonidos de los que he hablado.<br /></p><p>Encerrada en su torre, como alguna de esas princesas de los cuentos que alguna vez a todos nos leyeron, ella pasa sus horas, supongo, dibujando números a diestra y siniestra, sumando, restando, aplicando fórmulas ininteligibles para cualquier flautista despistado más pendiente de las lides de las letras, por ejemplo, o simplemente preocupándose –ella- por la vida que dejó atrás para acudir, no tan voluntariamente a este encierro.<br /></p><p>Mirará de vez en cuando por alguna de las ventanas que la rodean hacia el mundo. Pero la vista es débil y no alcanza a enterarse de lo que se dibuja y vive más allá del horizonte cortado por nubes, árboles y lloviznas mal disfrazadas de aguacero. Por eso mira hacia la pared, hacia el muro del que he hablado antes, y logra mirar con enorme claridad todo cuanto quiere ver: la mano que la espera, la almohada que la extraña, la cocina que se deja penetrar por el frío sin enterarse de su ausencia, el auto que enciende su motor ansioso de llevarla a algún destino, el libro que desea ser leído por sus ojos no tanto por las palabras que puede regalarles, regalarle a ella misma, sino por poder abrir sus hojas y mirar sus ojos, percibir el leve murmullo de su voz, robarse pequeñas partículas de su aroma, sentir el breve toque de sus dedos al pasar la página. Los dedos que, a su vez, mirándola desde este, algún rincón lejano, quizás escondidos detrás de la ventana, del muro, quieren acariciarla.<br /></p><p>Algún ruido, intruso, maldito por los ausentes, la despierta, la distrae, la atrae hacia la realidad de su encierro. El polvo, las reuniones, las cuentas, la multitud de cifras que la agobian, el cansancio que no puede espantar, ya por costumbre, ya por necesidad, ya por sueño. <br /></p><p>Realidad de la que me hablan sus sonidos, sus susurros, sus gritos secretos y sus miradas a través del muro. <br /></p><p>¿Quién sabe qué le dirán mis palabras detrás de las paredes? ¿Quién sabe qué sonidos escuchará a través de sus ventanas? Sin duda muchos, muchas, mucho, todo hará ruido, bulla, gritos para ser escuchados. Quizás la muchedumbre que golpea insistente el horizonte amenazando con derrumbar la distancia no le permite escuchar con claridad las voces que la llaman. Pero ella sabe que están allí. Me conformo con saber que sabe de la mía. Me revienta un poco [mucho en realidad] que sepa de otras. Pero este es mi cuento o mi historia o mi escrito, y yo decido de qué cosas hablaré. Y esas, las omito conveniente, saludable y rabiosamente.<br /></p><p>Ahora, mientras escribe, digamos, un número más, un memo, una constancia, una nota de esas para no ser olvidadas más tarde o se sienta a escuchar la más tediosa y magistral de las reuniones, se toma el tiempo de una confesión. Se asoma a la ventana, busca por ahí una sombra que sabe que siempre estará, y le deja saber que lo ha recordado. Y ríe. Es una infidencia algo simpática que provoca en esa sombra una sonrisa enorme, como siempre, de medio lado, pero enorme. Sonrisa que se atreve a ser carcajada y a ser, por qué no, canción.<br /></p><p>Pero es bien sabido que el flautista –paradoja- poco o nada sabe de cantar o crear melodías. Su arte, si lo es, son las letras. Y se sienta a escribir. A juntar palabras y asesinar los globos mentales que orbitan su cabeza.<br /></p><p>Ideas, globos, que metamorfosean en el aire para transformarse en letras, en palabras, en frases, oraciones, tinta, párrafo, hoja, página y piel. Una historia que no lo es, un escrito que se transforma en mano, en dedos, en yemas y que sólo pretenden hacer más cálida la lejanía de la noche, romper, quebrar la distancia, atravesar muros inquebrantables, descubrir un rostro oculto tras un mechón de cabello, acariciar unos labios, una mejilla, un oído y penetrar en él para, finalmente, contarle la historia de un flautista que no sabe tocar la flauta, que conoce una que otra canción ajena que se atreve a dedicar, pero que, en cambio, se atreve a escribirle, a esperar abajo a que ella, por fin, pueda salir de allí, lanzar sus largas trenzas y permitirle subir. O mejor, un flautista que habla de princesas que se echan encima la comida, que pueden mirar a través de los muros y que esta noche, se toman la molestia de leerle. <br /></p><p>Una princesa que, digo yo, se deja hablar por estas palabras y permitirse, como lo dije al principio, una sonora carcajada, pero ahora silenciosa, susurrada. Es tarde. No hay que despertar a los protagonistas de otras historias que tal vez nadie contará. <br /></p><p>Ahora escucho el susurro de su carcajada. Es mi pie para irme. Hasta mañana, cuando trataré de volver. Feliz noche.</p></span>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-37131691087559407452010-08-19T09:47:00.001-05:002010-08-19T09:50:44.005-05:00La muchacha que se sienta al lado<span xmlns=''><p style='text-align: right'><span style='font-size:8pt'><em>"…odio los buses que cargan esperanzas con la muchacha de al lado, esperanzas que se frustran en toda hora y en todas partes…"<br /></em></span></p><p><br /> </p><p>La muchacha que se ha sentado a mi lado en el bus tiene ese aroma que lo pone a soñar a uno con pronósticos que no se van a cumplir. Las rodillas que se insinúan a través de su <em>bluejean</em> obligan a imaginar lo que podría ser un muy aceptable par de piernas. Sus tenis Converse blancos de Metallica –edición limitada- incitan a mi boca para que la invite a caminar. Por ahora, silencio.<br /></p><p>Sus manos son algo más que perfectas. Así lo asumen mis ojos. Se presumen frías a la distancia. Supongo que sería lindo dejarse acariciar el rostro por esos dedos largos y limpios que se abandonan al deseo ajeno. El color de su cabello me pide que extienda hasta el extremo más lejano posible la mirada del rabillo de mi ojo. Es negro, juega alegre y hostilmente con el viento y un pendulante mechón anuncia su rostro a la vez que lo cubre.<br /></p><p>Mis ojos, a esta altura del relato, han perdido cualquier escrúpulo y mi cabeza obedece. Sin demasiado disimulo miro su boca grande y risueña; sus ojos verdes y oscuros enmarcados en unos bonitos lentes de montura roja, sus facciones firmes y serias, las mismas que no ocultan con suficiente éxito un pasado lejano y no, en el que ha gozado desde el más íntimo de los placeres hasta el más estúpido de los chistes. <br /></p><p>La miro casi de frente y el temor de ser descubierto da paso al deseo de ser correspondido, si no con una mirada igual de intensa, sí con una sonrisa o un gesto, si se quiere, de incomodidad o algo. Algo.<br /></p><p>Esto es lo malo de viajar en bus. Se suele elevar la imaginación a la máxima y más ridícula de las potencias. Debo reconocer que la idea de salir caminando tras ella apenas decida bajarse del vehículo vino acompañada de una fantasía en la que su cuerpo desnudo se dejaba arremeter por el mío.<br /></p><p>En la otra orilla de mi hilarante e imaginativa selección de fantasías, están mis manos descubriendo su ojo izquierdo; alejando el mechón travieso y anclándolo detrás de su oreja; intento que fracasa casi de inmediato al derrumbarse todo y notar cómo un alud de cabello se abalanza suave y alegremente, otra vez, sobre su rostro.<br /></p><p>La mujer que se ha sentado a mi lado en el bus ha descendido. Obedezco a mis impulsos y bajo tras ella. Camino un par de calles más de las que requería para llegar a mi destino, pero me acompaña, feliz sorpresa que interrumpe mi itinerario, su figura mientras la persigo. Clandestino espía a pocos pasos de sus pasos.<br /></p><p>Como lo tenía planeado al iniciar mi viaje, me acerco a la taquilla, elijo (?) la mejor película disponible, la silla más acorde a mis ojos y mi comodidad, pago el tiquete, ingreso a la sala, ocupo mi lugar y me dispongo a guardar silencio –casi- durante un par de horas. Casi.<br /></p><p>La muchacha que se ha sentado a mi lado en el cine tiene ese aroma que lo pone a soñar a uno con pronósticos. Mi brazo la rodea y mis dedos –torpes, es bien sabido- juguetean con su cabello. Ella sonríe; hago lo propio. Luces, cámaras, acción.<br /></p><p>Es bonito venir a cine con la muchacha que se sienta al lado. La de los lentes rojos, la de los tenis blancos. La que tiene un formidable mechón de cabello cubriendo su rostro. La que se deja besar por mis labios mientras mi cara se deja acariciar por sus dedos largos, blancos y fríos. Como lo supuse hace un rato, es lindo que lo haga. Y que lo haga, precisamente, la muchacha que se sienta al lado.</p></span>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-69666541151695180542010-06-17T22:15:00.001-05:002010-06-17T22:25:27.637-05:00Había que ver<span xmlns=''><p style='text-align: right'><span style='font-family:Calibri; font-size:9pt'><em>"…Que yo sé que la sonrisa que se dibuja en mi cara tiene que ver con la brisa que abanica tu mirada" <br /></em></span></p><p style='text-align: justify'><br /> </p><p>Había que ver cómo se ponía esa mujer cuando la embargaba el embargo, es decir, la tristeza, porque el llanto se le disfrazaba de lágrimas y los labios abandonaban las sonrisas que la habían hecho tan famosa y tan querida por tantos hombres que habían soñado estar, por lo menos durante un segundo, a su lado.<br /></p><p>Era una cosa impresionante hermano, ver cómo sus palabras empezaban a perder el rumbo y se despejaba en su mirada el brillo del agua que amenazaba con manar desde sus lagrimales para empapar sus mejillitas bonitas, que la hacían ver un poquito cachetoncita, pero muy linda, de todas formas.<br /></p><p>Yo me desvelaba por no saber qué hacer y había que ver, hermano, cómo me ponía yo también. Uuuy, si me ponía mal, viejo, remal, porque no ve que ella es para mí como el aire. No, como el aire no, como la nariz, como los pulmones. Quiero decir que ella me daba la vida, porque me pasaba la mano por el cabello y yo sentía que el mundo era mío, porque ella, uy, siempre ella... Es que es difícil decirlo y ya, ella era, ella es para mí muchas cosas y ella es la mujer de mi vida, quiero decir.<br /></p><p>Entonces yo la llamaba a veces a las horas de la madrugada, que acá en Bogotá es muy fría, y le decía que no se preocupara, que todo iba a estar mejor. Pero cómo iba a saber yo si eso era cierto, cómo le podía decir que todo iba a estar bien si yo lo único que esperaba era poder matarme para irme de este planeta. Cómo le iba a decir cualquier cosa si en últimas era yo el que necesitaba que le dijeran esas cosas y era yo el que estaba, también, triste. Hermano, yo soy una pelota, una güeva, hermano. Pero ella, por lo menos, no se daba cuenta y me creía y, aunque yo no le servía para mucho, por lo menos se contentaba con que yo me apareciera cuando menos lo pensara y así empezarle a invadir la soledad. Ella se dejaba acompañar, así fuera en la distancia, pero me dejaba entrar a su casa y a su alma, al menos por un segundito.<br /></p><p>Pero había que verla cómo se ponía la mujer esta, porque el mundo se acababa hermano, se empezaba a derrumbar desde el Nevado del Ruiz hasta el cerro de Monserrate, el sol se caía y más de un sindicalista salía a exigirle al presidente de la república que hiciera algo, viejo hijueputa, porque ella no podía seguir así, no joda gran idiota, porque ella no se lo merece, manito, ella no tiene que sufrir por nada porque es por ella por la que se debe sufrir. Quiero decir que es uno el que sufre por ella, no al revés... y eso lo tienen que saber todos los hombres del mundo carajo.<br /></p><p>Además había que verla también cuando se ponía feliz o contenta... Uy hermano, eso era para alquilar balcón o para comprarlo de una el balcón, porque entonces ella empezaba a sonreír y el mundo empezaba a parecer otra cosa, una cosa totalmente diferente, un paraíso, o mejor, un cielo, una cosa impresionante, quiero decir. Ella sonreía y el sol se ponía rojo de la vergüenza y no sabía dónde meterse el pobre solcito, mano. Y la luna, uy había que ver a la pelota esa de la luna, ¡ja! cuando salía se ponía pálida y empezaba a correr para taparse con las nubes no fuera que esa mujer la viera y se le burlara. Pobrecita la luna esa.<br /></p><p>Entonces reía y se ponía a cantar. No, la luna no, no sea tan marica; ella se ponía a cantar. A veces, con esa voz suya de ella, hermano, que no sé si era bonita o fea o afinada o no, pero uy si cantaba esta mujer, tra-la-la-la-la, cantaba. Y cantaba cosas hermosísimas. Y si no cantaba pues no importaba porque entonces hablaba y su voz invadía cada esquina, cada rincón de la ciudad, del barrio, de la cuadra, de la casa, de la habitación, de la cama, de la cabeza, de la boca, de los dientes, de los dientes suyos que del color de la pálida avergonzada lo dejaban a uno embobado, como Berenice a su pobre primito. Berenice marica, la vieja esa del cuento que le dije que había leído en el libraco ese rojo de allá. No sea pendejo, qué le voy a contar ni mierda más de eso, luego le presto para sacarlo de la duda, así me va a entender.<br /></p><p>Bueno, déjeme acabar de contarle lo de la niña esta. Había que verla cuando, contenta, se limitaba a guardar silencio. Uy, hermano, si usted la hubiera visto, carajo, se habría vuelto loco, porque de repente su cara se quedaba ahí, quieta, desparramando tanto silencio en el mundo que hasta el sol y las estrellas se asomaban al tiempo para ver qué carajos había pasado. Yo me asustaba viejo, me asustaba porque me decía que ella iba a explotar y me iba a mandar al carajo, entonces trataba de romper el silencio y le decía cualquier cosa (¿en qué piensas?), cualquier barbaridad (¿te quiero mucho?), cualquier piropo (¿estás muy linda?) y si no era ella pues el mundo, los demás me mandaban para el carajo, que me callara, decían, que se calle este idiota o es que qué se cree el muy imbécil... Será que cree que tiene derecho a metérsele en la vida a la mujer esta, man tan sapo, decían.<br /></p><p>Uy, había que verla entonces y morderse los codos porque no se podía hacer nada más hermano. Sólo mirarla y esperar a que ella rompiera el silencio, que seguro lo dejaba y empezaba a contar sus historias bonitas o tristes dependiendo del ánimo, el día y el clima.<br /></p><p>Pero como tiene que suceder con todas las mariposas, hermano, ella se fue viejo, se largó y dejó tanto silencio que la ciudad ya no fue la misma, ya no servía para ni mierda esta puta ciudad. El sol salió cuando se le dio la gana y la luna, luna de mierda, miraba las calles oscuras con la arrogancia dictadora de su invariable triunfo sobre la libertad de esta mujer que se nos fue.<br /></p><p>Dicen que se había ido para el occidente, al otro lado de la cordillera. A mi se me daba lo mismo que se hubiera ido para la casa de la otra cuadra o para el fin del mundo o para la cochina quinta avenida de nueva york o para la muralla china o para el salto el ángel o para rosario o para teotihuacán… a mí se me daba lo mismo, porque ella, bien o mal, se fue con un man, hermano, se fue con un tipo y nos jodió hermano, nos jodió, porque sí, uno sabe, uno está seguro, de que ella, tan linda, va a encontrar a alguien que le guste, digámoslo así, y entonces se va a sentir bien dejándose querer y, por qué no, queriéndolo.<br /></p><p>Pero una cosa es saberlo, entenderlo, incluso aceptarlo, pero otra muy diferente es vivirlo hermano. Uy la mierda que se volvió todo por estos lados. La vida ya no valía un sincero peso, ni un centavo… No valía ni una cagada de paloma porque sí, uno seguía caminando y respirando y todas esas vainas, pero qué iba a hacer carajo, si por dentro me estaba muriendo.<br /></p><p>Mas eso es otra historia que no voy a contar acá porque yo le estoy hablando es de ella, no de mí, y pues ganas no me faltan de contarle al mundo lo mucho que la quiero, hermano, pero qué saco yo con eso… apenas me oiga la Caperuza pues me va a mandar para el carajo y me va a decir que soy un idiota, una güeva, una cagada de paloma. Sí, la Caperuza, marica, es que no se acuerda este man de la niña esta…Caperuza, dejémoslo así, es una amiga mía que me quiere matar y a la que quiero matar yo también y que nos queremos mucho.<br /></p><p>En fin, ella se fue de la ciudad y había que ver hermano el frío que bajo hasta las calles. Uy no, si hasta las palomas se empezaron a morir y más de una luz de navidad se reventó por el hielo que la aplastó. Conocí a alguien que me dijo que esto se iba a acabar muy pronto y que quizás las cosas no pasarían de navidad. Las salas de cine le prohibieron la entrada a los que no fueran acompañados y en más de una reunión familiar se hizo una oración por el alma de los que no se habían acabado de morir y la de los que no sabían ni aprenderían nunca, quien sabe, a olvidar.<br /></p><p>Había que ver todo eso y había que ver lo feliz que ella estaba, allá en su nueva felicidad de a mentiritas, hermano. Uy si habrá estado feliz ella con su contento al lado y sus nuevas historias bonitas en construcción.<br /></p><p>Claro, había quererla cuando se ponía triste por allá tan lejos y no había nadie para consolarla. Dicen que se escondía o la escondían para que nadie la viera, pero eso se le daba lo mismo a ella, porque estaba triste hermano… yo no sé, yo no estuve ahí ni me acerqué pero estoy seguro, se lo juraría por mi vida, por mi muerte si se quiere se lo juro, que la carita se le puso blanca y las lágrimas querían asomarse hermano. Estoy seguro que ella empezó a hablar en voz muy baja, digamos que para sí mismo, y habrá empezado a recorrer de nuevo, en su cabeza, en su silencio, los pasos que la habían llevado durante las últimas semanas hasta allí.<br /></p><p>Recordó, por ejemplo, el día en que conoció a su contento de al lado, el día en que se dio cuenta de que tal vez lo quería, que de pronto lo necesitaba. De pronto se acordó del día en que me mandó para el carajo, el día en que se dio cuenta de que no podía hacer lo que estaba haciendo pero lo siguió haciendo… Seguro que se acordó de mí, seguro hermano, se acordó y le hice falta.<br /></p><p>Había que ver cómo me puse cuando me dijo que había querido hablar conmigo ya desde esos días. Uy hermano, parecía un loco, más contento que el contento de ella, bueno, de pronto no tanto, de pronto no me cabe acá la comparación. Pero hermano, el punto es que ella me hizo sentir como dios y como el diablo cuando me dijo que había querido hablar conmigo desde ese entonces o desde antes, qué sé yo. Al fin de cuentas eso no importa.<br /></p><p>El caso es que ese viaje le hizo un bien muy grande, pero a la vez le hizo un daño igual. Y había que verla hermano cuando la volví a advertir su presencia en este mundo circundante, con esa carita suya tan hermosa o más que siempre, pero con una tristeza tan grande en el corazón, en la voz, en esa vocecita suya… Yo me quería matar ahí mismo, yo hubiera podido morirme lo había hecho hermano.<br /></p><p>Ella no se merece eso, para nada, ella es mucho mano, ella es todo y no podía creer yo, en mi desenfrenada idolatría, que un hombre, sea cualquiera su nombre, la hiciera sufrir. Yo casi salto del balcón ahí mismo, pero no lo hice porque… no sé porqué no lo hice hermano, tal vez porque ella es para mí tanto que sabía que si me moría la iba a necesitar en el otro mundo o si no qué, pues me acababa de joder y así para qué putas morirse uno.<br /></p><p>Cuando la veo le digo que es una mariposa naranja y ella sonríe y no me cree cuando le digo que cuando se sonríe el sol se pone colorado de la pena y no sabe dónde meterse. Lo que pensará el sol cuando ella dice que no cree tanto, el pobre solcito se ha de sentir como una güeva, como una cagada de paloma.<br /></p><p>Lo que quiero decir es que ella no sabe que el mundo la necesita, la quiere tanto, hermano. Ella no cree que el mundo está a sus pies y que no es sino que ella chasquee sus dedos y hágase la luz marica, de verdad, no se ría, no sea pendejo. Que no es chistoso, no es chistoso, hermano.<br /></p><p>Hay que verla cuando ella me empieza a decir que no sabe cómo debe estar ni cómo puede sentirse. Yo le digo que esto, que aquello, que todo va a estar bien, que no se afane, que de todas formas todo está en sus manos… Ella como que me cree pero luego recapacita y pareciera pensar que cómo me va a creer, no sea tan güevón, si yo ando más jodido que el putas, hermano.<br /></p><p>Entonces me dice que además de todo pasa esto o lo otro y que yo que ah bueno, que fresca que ya vemos qué se le hace y por lo menos por un segundo, el segundo más corto y delicioso y fantástico del mundo ella me cree y me da las gracias y, a veces, hasta me dice que tan lindo, que tan bello, que tan bobo, que madure, que gracias de nuevo. Tan güevón.<br /></p><p>Hay que verla, hermano, porque a veces le dan las ganas de llorar y llora mano, llora y yo no sé dónde meterme, qué hacer, si calentar agua, si hacerle un té, si saltar del balcón, si esconder el sol, si apagar la luna, si romper las estrellas, si hablar, si quedarme callado…<br /></p><p>Y para no llorar ella empieza a pestañear y, ay del mundo hermano, ay del mundo, porque dicen que el aleteo de una mariposa en titiribí o en donde sea puede producir un huracán en kabul o en tacuarembó, al otro lado del mundo o qué sé yo… Que ya lo había dicho, sí, pero es que es impresionante, hermano, hay que ver cómo se pone todo cuando ella pestañea así.<br /></p><p>El huracán era acá mismo viejo y esto se ponía como para vender el balcón. Todo, todos corriendo para hacer algo, para evitar lo inminente y ella, resignada, resignándonos, se dejaba caer y llora.<br /></p><p>Otras veces, en cambio, ella pestañea, tranquila, sin más preocupaciones que respirar tranquila, y hay que verla hermano. Carajo, si el mundo es otra cosa, otra cosa totalmente diferente, porque el sol, el pobre solcito, es poco más que un estúpido falto de atención. En serio… ¿cómo es que dice la canción? Eso de que las sonrisas mías tienen que ver con la brisa abanicada por su miradita… y es eso, que ella lo sabe y yo lo sé y lo sabe todo el mundo…<br /></p><p>Bueno, la historia va en que ella ha vuelto a la ciudad y el frío que bajó a las calles sigue ahí espantando locos cada vez que los ve con ganas de llorar, el sol va empezando a sonrojarse de nuevo cada vez que sabe que ella está en la calle. El contento que iba hace unas semanas junto a ella pues de cierta forma sigue allí, a su lado,<span style='color:black'><br /> </span>pero ella no parece muy contenta. La luna, ah la pobre lunita, pues todavía no se atreve a salir del todo y sigue entre menguante y creciente… Ye se le pasará a la luna.<br /></p><p>Hay que verla a la mujer esta hermano, porque dice que no sabe qué hacer y yo trato de decirle que eso no importa, que ya todo mejorará.<br /></p><p>Yo, enamorado como siempre, le digo que extienda sus alas de mariposa fénix anaranjada y se permita ser libre, con su contento al lado o sin él, que no importa que esté sin mí, pero que sea feliz, libre, contenta, mariposa; sólo que sea lo que es porque es eso lo que necesita ella misma y el mundo, el mundo ya se encargará de aprender a vivir sin ella.<br /></p><p>Hermano, ella es todo y es nada, porque cuando está uno como que salta de la dicha, como que se deja llevar por sus ojos y sus y uno como que se enamora… pero como decía, a la vez es la nada, porque uno sabe que no puede acercarse demasiado, que saltar es algo imposible y que los límites están marcados y que no se puede uno pasar de la línea que está entre ella y yo, es decir… bueno, ya se entiende.<br /></p><p>Había que verla hermano cuando esta mañana me llamó para contarme que estaba contenta (o estaba triste?) y cómo me puse yo, también había que verme hermano. Quedamos de vernos por acá a eso de las 4 ó 5 de la tarde (o de la mañana?) y ya debe estar por llegar.<br /></p><p>Voy a cerrar el cuaderno hermano, no sea que llegue y me vea escribiendo y me pregunte que qué escribo y yo no sepa dónde esconderme ni qué decirle.<br /></p><p>Parece que ya está llegando… ¿Qué cómo lo sé? Pues vea nomás el cielo cómo se puso, todo anaranjado allá en el horizonte… Debe ser la luz del sol reflejada en sus alas, debe ser el sol mismo que se sonrojó, debe ser la luna sangrando de la rabia. Debe ser que ya está por llegar la mujer esta. Voy a cerrar el cuaderno y vamos a decir que ya acabamos de contar lo que quería contar, aunque nunca voy a terminar nunca de contar nada hermano, porque cada día va a ser necesario llamarla y decirle que el sol se pone colorado de los celos, que las estrellas me mandaron para el carajo por hablarles sólo de ella, que la luna me clavó uno de sus cachos menguantes en el ojo derecho, que sus alas de mariposa parecen de fénix, que ella es lo más importante del mundo, que siempre estaré a su lado y que me muero del rencor de saber que alguien se ha ganado el espacio de su corazón que yo quisiera tener… Ah, esta mujer, esta mariposa ya no pudo joderme la vida pero me condenó a verla todos los días y a ser el hombre más feliz (infeliz?) del mundo a su lado… o lejos de ella que a la larga es lo mismo.<br /></p><p>Voy a cerrar el cuaderno antes de que llegue, que si llega, hay que verla, hay que ver cómo es de linda y hay que escuchar cada palabra que me dice porque cada una, cada letra es tan importante como la anterior y la que sigue… Es que ella, hermano, ella es mucho, ella es lo más importante…<br /></p><p>Había que verla ¡No le digo¡ había que verla. </p></span>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-53104828042790860062010-05-11T15:24:00.001-05:002010-05-11T15:40:32.476-05:00Abismo<span xmlns=''><p style='text-align: right'><span style='font-size:8pt'><em>"A lo mejor no he debido estarme tanto tiempo en la casa de Angelita, porque cuando salí todo estaba vacío"</em><br /> </span></p><p style='text-align: right'><span style='font-size:8pt'><em>Andrés Caicedo</em><br /> </span></p><p style='text-align: right'><span style='font-size:8pt'><em>"Se suicidaba segundo a segundo pensando que la vida era volar junto a una mujer que fuma. Se suicidaba pero no se moría, porque el mundo era un abismo, una rosa, un perro y una mujer. Se suicidaba, pero al otro día salía temprano a trabajar"<br /></em></span></p><p>Después de todo el mundo es un lugar totalmente diferente a lo que creí que era. En la esquina no había ninguna mujer fumando ni ofreciendo al mejor postor su amor incondicional. A media cuadra no hay ninguna tienda en la que comprar la cerveza, la droga o el alimento que satisfaga las necesidades básicas de un cuerpo cansado de caminar y de sentir el dolor incurable de la soledad. Las ventanas nunca estuvieron abiertas y, a pesar de lo que pueda decir mucha gente, el cielo nunca ha sido azul. <br /></p><p>El perro que ladraba todas las noches y que no dejaba dormir a los vecinos desapareció de la faz del planeta si es que acaso en verdad ladró alguna noche. El vigilante que pasa en vela cada noche de su existencia en espera de que ningún intruso invada su letargo no ha dado pistas de vida y nadie sabe ni cree haber sabido de él. La familia se convirtió en algo menos que un sueño y cada noche de viernes, sábado, domingo y lunes se hizo un poco más violenta que las del resto de la semana. Un asesino quiso matarme pero al buscar en mi casa no me encontró. El Jíbaro vendió todo antes de que yo lo alcanzara y las puertas de todo el barrio quedaron cerradas con doble candado para evitar la irrupción de mi parte o de alguien más que pudiera estar buscándome. Quién sabe.<br /></p><p>Las princesas se escondieron en sus palacios luego de ser rescatadas o encadenadas por sus respectivos príncipes imaginarios o no. Julieta invadió mi nostalgia y se perdió, noche a noche, detrás de la melancolía que manaba de mi llanto. Los poemas desaparecieron y las llamas consumieron al poeta que los escribió. Las canciones fueron sólo caprichos comerciales que se dejaron vender y la historia universal se acabó hace cerca de dos siglos borrando de un ventarrón años, décadas de creaciones y experiencias memorables para la humanidad.<br /></p><p>El cantor apagó el trueno de su voz por no haber nadie a quien halagar con sus melodías. Bogotá fue poco más que una ciudad llena de gente, soledades, orines, policías, borrachos y más gente. Las palabras de amor ahora acusaban y una cerveza buscaba desinhibir un beso en los labios que hace años no se encontraban en el horizonte. El perfume del caballero de la noche se ahogó entre los aromas de perros, gamines y ebrios que deambulan por la madrugada como buscando un refugio para tanto mareo, frío y abismo.<br /></p><p>¿¡ABISMO!? La calle de siempre, inundada de aromas, de gente, de princesas, se llenó de abismo, se volvió abismo y ya nada pudo hacer que las cosas cambiaran. Apenas atravesé la puerta, y tras de mí la sombra mía, el mundo volvió a ser lo que nunca había sido y yo nunca había entendido, y a pesar de la lluvia y de la primavera y de las fiestas de año nuevo, de cumpleaños sin amigos, de navidades sin dios, de tanta gente, de tantas compañías anónimas pasando de largo por mi lado, de tanta bulla, de tantos gritos eufóricos, de tanta histeria incontrolada, de tanto llanto contenido, de tantas noches con y sin luna y estrellas, de tanto mundo por descubrir, ese, el mundo, es otra cosa, es un desierto sin nada ni nadie, es un desierto sin sol ni frío, es un desierto, es un abismo. Es otra cosa.<br /></p><p>Después de todo el mundo no es lo que yo había inventado y me había creído, no. Es otra cosa, otra porquería en la que cada quien puede cagarse la suerte de quien quiera con tan solo un poco de tino y paciencia. Al fin y al cabo la soledad es lo único que, si bien te caga la vida, te permite sentirte por un solo minuto independiente, libre...<br /></p><p>El mundo es otra cosa. Cuando empecé a caer la ropa se tatuó en mi cuerpo pesado. Las palomas y otros bichos me miraban como tratando de entender cómo un hombre podía estar invadiendo ese espacio reservado para las criaturas mágicas que se permiten volar, como ellas mismas o como las gaviotas o como las mujeres que mueren o como los hombres que aman sin ser correspondidos. Con mi mirada les informo que tengo tanto derecho o más a estar allí que ellas, y al entenderlo remontan su altura y se van buscando en el cielo el azul que yo ya no veo; no puedo ver.<br /></p><p>El suelo es cada vez más cercano y se hace segundo a segundo inminente el impacto. Cierro los ojos pero veo cómo el aire trata de pasar de manera desesperada por el centro de mi cuerpo y escapa por entre mis brazos, mis piernas, mis manos, mis dedos, mis cabellos o se mete en mi nariz, mi boca, invade mis pulmones, mi sangre, me oxigena, me enfría, me transforma en aire mismo, me pasa por encima como un baño de agua, de aire frío, se inyecta por cada poro de mi piel, seca mis ojos antes llenos de llanto, limpia mi nariz de tantas impurezas que aun se conservan allí. Me hace uno con él y por un segundo, tal vez segundo y medio, soy aire y nadie ni nada pueden percatarse de que respiran y me les meto por entre la nariz para ser ellos y ser de ellos.<br /></p><p>Por ejemplo, ella, Julieta quiero decir, que está a unos pocos centenares de millones de kilómetros y se deja ver desde mi altura decreciente, respira despacio, calmada, mareada tal vez por tanto humo, y me deja meterme en su nariz, en su cuerpo y bebe del aire el rocío, que soy yo mismo, y sin saberlo me permite seguir siendo, al menos por un pequeño instante, parte de su vida.<br /></p><p>También está el gamín, el ñero, el indigente, que parte un pan duro y viejo y se lo comparte a su perro. Las palomas y los demás bichos lo miran y algún ave se acerca a atragantarse de los pequeños trozos harinosos de pan que caen al suelo. Ya no me ven, pero sigo invadiéndolos y entiendo lo que es ser paloma y vagar por los aires y correr presuroso antes de que un pie ciego amenace con aplastarme como también lo podría hacer una rueda de carro o un trozo de piedra que cae del espacio. También puedo volar, remontar la altura y caer en el silencio del parque, de la plaza a eso de las dos de la mañana, cuando un soldado vigila las estatuas con el mismo celo con el que un french poodle cuida una casa en el norte de la ciudad. Soy paloma y desde mi altura veo cómo desconocidos arrojan maíz para llamar mi atención, otros toman fotografías instantáneas y unos más se sienten dios al ser rodeados por un fenomenal manto alegre de palomas asustadas.<br /></p><p>También me permito el don de la indigencia y entiendo que el perro es el mejor amigo del hombre, o por lo menos el más agradecido. Empiezo a padecer el dolor en mi vientre a falta de más pan o tal vez una sopa de sobras o lo que sea. Mi nariz está cada vez más destruida por el frío y otras sustancias de la calle. La piel golpeada por los rayos de sol y las gotas de lluvia se ha manchado y la suciedad del polvo y el humo han teñido de negro y rojo las arrugas que se dibujan en mi rostro. Comprendo mi historia y tal vez también aquí existió alguna mujer que dejó de ser princesa. Tal vez el perro me busca sólo porque quiere pan. Tal vez ya no quiero ser lo que soy pero tampoco quiero morirme. Tal vez al promediar la tarde, la noche quizás, intente robar en la avenida y de pronto, con un poco de suerte, un policía se atreva a acusarme y a detenerme. Tal vez, si eso sucede, esta noche la pasaré bajo un techó más alto que una caja de cartón y el lecho será diferente al césped de periódico de cada noche en cada parque.<br /></p><p>Y soy aire y me permito soñar nuevas historias, como la de Lenita que se murió por un abrazo mío o la de María, mi María, que se me murió en las manos, o la de Mi Ella, que se perdió en un bosque durante la tarde de cualquier agosto, o la de Caperucita que cada día siente que no quiere despertar, o la de Juana que se cansó de ser hombre años después de nunca haberlo sido.<br /></p><p>También me permito escribir en el humo del aire las historias que nadie, ni siquiera las palomas, puede leer. Escribo, por ejemplo, que brindo por la ausencia de mi niña Julieta, porque se va y porque quiero que sea feliz y que esté tranquila y que brindo porque ya no quiero estar mal, porque quiero que mi vida y la de ella tenga de nuevo vida, que brindo por ella, porque no regresará y porque sin embargo la espero.<br /></p><p>O escribir también que la noche está de día porque te he conocido y que si bien ya no estás sigo viviendo a tu sombra, y que de pronto una tarde me necesites y me vas a buscar y ya no me vas a encontrar no porque no quiera estar sino porque una mañana en medio de gamines y perros y soldados y palomas y nubes moradas y fotografías instantáneas me caí desde muy arriba y ya no supe ni dónde estaba ni para dónde debía ir. Sí, escribir eso o de pronto escribir, que te fuiste o me fui y ya no sabemos para donde nos hemos ido, porque si no lo escribo lo grito y si lo grito me van a mirar los soldados y los fotógrafos y las palomas como si estuviera loco o como si fuera a matar a un presidente o qué sé yo. Y si me encierran sí me voy a volver loco y seguro que me llevan a otro lado y allá no sé de qué sea capaz porque de pronto. Ahí sí, soy capaz de acabar con todo y el mundo entero sabrá de mí.<br /></p><p>Exagero. Si no lo escribo me lo callo, no grito porque me da pena con las palomas y los perros que se van a molestar, digo yo.<br /></p><p>La historia va en que una noche cualquiera Julieta me dijo que buena suerte y que ya no te quiero ver más; y yo, como siempre llorando, le dije que bueno, que la quería mucho y que no entendía y la dejé irse. Después de todo ya no la podía detener porque sería como si el aire del abismo me detuviera. <br /></p><p>El lío es, señores y señoras, que durante mucho tiempo el mundo para mí siempre fue Julieta y sus ojos eran las ventanas por las que yo me atrevía a mirar al mundo y, tal vez, a saltar al vacío. Que sus labios eran los dueños de la palabra última. Que sus pies indicaban el camino que debía recorrer y mis zapatos buscaban encajarse en sus leves huellas sobre el pavimento. Ese es el problema, porque bien podría yo como paloma o bicho o lo que sea retomar el aire y detener mi caída, para reconstruir el mundo, pero este mundo es un desierto o un abismo sin desierto... un abismo.<br /></p><p>El meollo es que, como dicen, yo no debí haberme pasado tanto tiempo en casa de Julieta, porque cuando me sacó el mundo era otra cosa, era un abismo y yo me dejé caer en ese hueco. ¡Bah!, que se joda el mundo, que yo me caigo hasta que me caiga, es decir... mejor sigo siendo aire, paloma y bicho, indigente, perro, soldado... mejor sigo escribiendo en las nubes moradas, de pronto alguna paloma en un sanatorio la lea y venga a volar y a comer pan conmigo. Si no, no importa, después de todo el mundo seguirá siendo la misma porquería. Así Lenita regrese o Mi Ella aparezca o María resucite o qué sé yo.<br /></p><p>Lo único que espero, sinceramente, es que de vez en cuando, así sea respirando suavemente, Julieta me permita ser parte de su vida, aunque no lo sepa, aunque no sea una princesa, aunque no escuche las canciones que le canto, aunque su príncipe villano la encierre en su palacio, aunque me caiga, que si me caigo seguro que vendrá a visitarme. Porque aún estando ella el mundo es un desierto, pero sin ella el mundo es un solo abismo, puro abismo. ¡¡¡ABISMO!!!<br /></p><p>Mientras tanto inventaré a la mujer que fuma y que vende al mejor postor su amor incondicional. Tal vez con ella a mi lado el abismo no sea más que un perro comiendo pan duro, rodeado de palomas y aire y orines y soldados y estatuas y jíbaros y princesas muertas. Una mujer que fuma, sí, que fuma, me mira y que se deja caer en mis brazos y en silencio, leyendo en las nubes moradas mis gritos, compartirá el abismo conmigo. Juntos entonces, en vida, seremos, volando, un solo suicidio.<br /></p></span>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-57545733327316683282010-04-16T09:35:00.001-05:002010-04-16T09:36:00.637-05:00No me pidas perdón<span xmlns=''><p>La última vez que te vi sonaba en tus labios el tarareo de la misma canción de siempre y a la altura de tu frente un colibrí empezaba a zumbar las palabras que en años había sido incapaz de pronunciarte desde mi morada de ojos azules y llanto gris.<br /></p><p>Caminabas (¿corrías?), y el viento se empeñaba en sostener en el aire la extensión perfumada de tu cabello negro, que espantaba con su olor a fríos jazmines el calor del ocaso veraniego y la impaciencia de la insoportable tarde bogotana.<br /></p><p>Apenas si me viste y pasaste por mi lado, con tu cabello, tu perfume, tus labios y tu colibrí, y arrollaste con tu paso fugaz mi existencia, que ya no fue la misma y que ya no volvería a verte aparecer por los linderos de esta ciudad que ya no te pertenece ni te necesita ni te hace falta tampoco.<br /></p><p>Giré, y el aroma perfumado de tus pasos se quedó impregnado en tus recuerdos y me acompañó por siempre hasta estos, los últimos días de mi vida en esta ciudad que ya no me necesita a mí tampoco.<br /></p><p>Por eso me voy, porque ya no soy útil para estos ocasos naranja y lila que justo a las 5:47 de la tarde invade las siluetas de los cerros y que dibuja un paisaje que ya no veré nunca más, como nunca te volví a mirar a ti. Por eso escribo, por la nostalgia que me provoca el saber que ya nunca más te vi, que esa tarde fue la primera y última vez que apareciste por estos caminos de asfalto y humo negro y que esta, mi ciudad, dejó de ser mía desde el día en que tus aromas y tus labios reemplazaron el rocío que emanaba de los cerros minutos después de aparecer el amanecer sabanero.<br /></p><p>Y también el <em>orange</em> ocaso, el <em>sunset</em> naranja de la otrora Santa Fe, de la otrora Santa Fe de Bogotá, de mi siempre definitiva y preferida Bogotá, la natal, la rutinaria, la mía Bogotá. Fueron, fuiste tú.<br /></p><p>Voy detrás de ti, aunque no sé a ciencia cierta hacia dónde ni si acaso existes aún después de tantos años de haberte esfumado a la vuelta de la esquina gris y pesada de aire de tarde bogotana. Voy detrás de algo que nunca conocí pero que se quedó conmigo a pesar del hostil paso de los años,; algo que me hizo olvidar el nombre de mis hijos, de mi esposa, de mi libro favorito, de la calle en la que tengo que tomar el bus, del valor del pan del desayuno de mañana, de los versos de mi poema favorito, ese que hablaba de una amiga eterna que además de dejarse querer debía soportarme; tiempo que me hizo olvidarme incluso de la medicina para los lumbagos, pero que no me hizo olvidar tu aroma ni tu nombre, aquel que nunca pronunciaste ni supe nunca.<br /></p><p>Voy detrás de ti, porque ante la inminencia de los hechos, debo partir y buscar refugio en lo único que sé que podría cobijarme y hacerme olvidar de estos ocasos y de estas tardes y de estos rocíos y de estas muertes de a peso y de esos poemas dedicados y de esos besos esquivos y de esos recuerdos olvidados.<br /></p><p>La maleta está lista, así mismo mi cuerpo, que he vestido a la altura de las circunstancias y que parece resignado a desacostumbrarse a un ambiente que fue el único que conoció, soportó y, sí, quiso.<br /></p><p>Los pasos los he contado en mi memoria esquiva y sé por cuál camino andar y por cuáles senderos atajar la distancia. También sé en qué parajes puedo descansar y he imaginado en mis noches de insomnio cómo se ve desde afuera la casita en la que pasaré los últimos años esperando que te dejes encontrar.<br /></p><p>Tendrá una lámpara vigilando la entrada, espantando la noche para que su oscuridad no entre a importunarme. También una vieja puerta de madera pegada a la pared con viejos, oxidados y tenaces tornillos y puntillas y otros trozos de metal, aferrándose a su suerte como yo al recuerdo que olvidó en mí otra ella, otra ella.; de tu mirada, que se me fue una noche, definitivamente, un 19 de noviembre, cuando por fin fue capaz de matar la ilusión y yo fui capaz de empezar, seriamente, en matarme. Eso es otra, otra historia.<br /></p><p>Dos ventanas por las que la luz entrará de día y saldrá de noche. Un caballero de la noche plantado al extremo izquierdo que, alumbrado por la lámpara vigía, espantará el aroma de tu recuerdo por unos minutos, los mismos en que recordaré el arco iris verdoso del colibrí que zumbaba en tu frente, susurrando a gritos que alguien te miraba y tú, siempre incompasiva, no le prestaste atención y seguiste con tu paso, pausado y fugaz.<br /></p><p>Y allí, encerrado, pasaré las mañanas paseando de lado a lado, por los pasillos y las habitaciones de mi casa nueva, acabada por sus años y revivida por los últimos míos: Un par de mesones con las marcas del polvo recién espantado, varias torres de libros que leí siendo joven y que siéndolo aun empecé a olvidar; grifos oxidados manando chorros de agua en poco turbios y un baño con sus azulejos, algunos rotos por la humedad y el abandono. Habrá, también, una pequeña sala con un sofá y un par de sillas con olor a muchos años. Una nevera alimentándose de mi hambre. Una caja de música alimentando mi silencio.<br /></p><p>En las tardes, a eso de las dos, saldré a espiar el mundo, buscando a la vuelta de las esquinas una pista que me recuerde a la ciudad que abandoné. Buscando en el paso acelerado y pausado de las mujeres el testimonio, alguna pista que me demuestre que no fuiste un espejismo.<br /></p><p>También caminaré recordando los tiempos en que podía optar por el bus, el taxi o a los pasos marcados por el afán de mis pies, saludables al contacto de su desnudez con el frío del suelo, el pasto o la alfombra.<br /></p><p>En una silla, encerrado, frente a la ventana, esperaré tras la cortina transparente, aspirando el olor del caballero de la noche, a que un colibrí me anuncie tu llegada y un ventarrón me anuncie tu nueva partida. Esperaré que te dejes encontrar en los últimos minutos de mi vida para adueñarte de los últimos cuartos vacíos de mi memoria.<br /></p><p>Y entonces te irás, paso a paso, con la desnudez de las plantas de tus pies y la frescura del caballero de la noche te irás. De nuevo; llevando con tu aroma al colibrí y a tus labios, intactos y diferentes, envejecidos por el tiempo, que no fue inmune a mis recuerdos ni a los años de ausencia de tu cuerpo.<br /></p><p>De nuevo te irás condenándote a mi recuerdo y condenándome, de paso, a tu olvido y a tu ausencia, así como esa tarde en que me jodiste la vida y me encerraste en la cárcel de las horas sin ti, sin saber de ti, sin saber qué ni quién carajos eres tú, ni para qué viniste, ni para qué o a dónde te fuiste.<br /></p><p>Pero no me pidas perdón, no me digas nada, no calles ni guardes en tu ausencia el rencor de haberme olvidado o de no haberme visto siquiera. No me pidas perdón y vete, para seguirte buscando, para seguir pidiendo al tiempo más tiempo, a la vida más vida y a la memoria más memoria para poder seguirte buscando, seguirte encontrando, seguirte recordando y empezar a olvidarte.<br /></p><p>Para no llevarte conmigo a la tumba, para que el mundo sepa de ti y de mí y para que tu recuerdo sea el olvido de mi memoria, la misma que me hizo olvidar el nombre de mis hijos y de mi esposa y que me impide mirarlos a los ojos ahora que cruzo el umbral de la puerta.<br /></p><p>Ahora me encamino hacia ti, sin mirar atrás, sin decir adiós, sin decir nada. Empiezo a rememorar tu aroma y el color de tu cabello negro y el arco iris verdoso del colibrí zumbante.<br /></p><p>No me digas la verdad, no mientas, no digas bienvenido. No me pidas perdón y déjame, por enésima vez en la vida, recordarte, buscarte, encontrarte y perderte.<br /></p></span>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-47456969995637644622010-04-02T12:52:00.001-05:002010-04-02T12:52:16.493-05:00Deus Writer<span xmlns=''><p>Un hombre va a la casa de la mujer que ama y golpea, toco toco toc, en espera de que ella, con sus cabellos tan negros como la noche y sus labios tan frescos como un oasis, le reciba con una sonrisa de sorpresa y amor en el rostro. Ella, por supuesto, no abre, pero se oyen pasos en el interior de la casa; pasos acelerados. Sonidos secos pero fuertes hacen retumbar las paredes. Sigue la puerta cerrada, toco toco toc. Los sonidos, cada vez más repetitivos dos responden. <br /></p><p>Una mujer pasa una tarde cualquiera abrazada a un hombre, un hombre, digamos, blanco o mestizo. En la cama, abrazados, vencidos por unos bostezos, observan la televisión. En otra habitación el silencio los escucha. De pronto, sin que nadie lo sospechara, la puerta grita acerca de la presencia de alguien frente a ella. Pam pam pam. Presurosos corren, esconden, saltan, visten, cubren, apagan, tienden. No quieren abrir, pam pam pam.<br /></p><p>Una mujer, quiero decir otra mujer, mira desde la ventana las calles frente a su casa: Pasan raudos los autos en vías de un destino anónimo; ciclistas buscando direcciones en las placas verdes de los portales de las viviendas; adolescentes vestidas de uniforme con sus cortísimas faldas riendo o llorando; un par de perros machos cortejando a una hembra. Un hombre, justo frente a la mirada furtiva de la fémina se detiene frente a la casa de los vecinos y toca, tic tic tic. Su mirada, la de ella, se alza un poco y observa en el segundo piso a la vecina, sorpresivamente acompañada, un poco asustada, escondiendo, tapando, apagando. El hombre de afuera se desespera o parece hacerlo, tic tic tic.<br /></p><p>Un perro café husmea con su nariz las partes sexuales de su propio cuerpo mientras otro de su género y especie hace lo propio pero bajo el rabo de una hermosa y mugrosa hembra blanca sucia. Un poco de desespero se nota en el andar de la dama canina, mas sin embargo su cuerpo está lejos de empezar a correr. Un sonido, tan tan tan, llama la atención de quien se lame los genitales y aunque la figura no es muy conocida, se limita a mirar sin emitir siquiera un ladrido. Su compañero se ha adelantado y la dama canina lo resiste sobre su espalda sucia y maloliente. Tan tan tan.<br /></p><p>El vuelo 452 hacia París pasa sobre la ciudad dejando atrás el insoportable sonido de sus turbinas tratando de romper la barrera del sonido. Por supuesto, como es bien sabido, no lo harán, no pueden hacerlo. Las calles retumban por el ruido. Sin embargo, abajo, en la tierra, se logra escuchar, tac tac tac, un hombre golpea alguna puerta. La vibración de las turbinas agita un poco el suelo, algunos árboles, los vidrios de las ventanas y un par de autos que disparan sus alarmas. Tac tac tac.<br /></p><p>Es la tercera vez que llama. Nadie abre, nadie responde. Un perro mira con gesto amenazador mientras una mujer arroja agua fría sobre otros dos caninos que intentan reproducir una vez más la especie. Los sonidos en el interior de la casa han desaparecido. Toco toco toc. Su mano lanza una pequeña roca, minúscula, hacia la ventana de arriba. Toc. Nadie responde, nadie abre. Adiós.<br /></p><p>El pobre hombre, frente a su casa, mantiene cierta preocupación en el rostro. La vecina quisiera abrirle su puerta y dejarlo entrar. Ella también necesita compañía. Ella tampoco la tiene. Su atención, la de ella, se dirige ahora hacia unos perros callejeros. Corre, llena de agua un balde, sale a la ventana de arriba y arroja, con puntería certera, el líquido helado sobre los agitados y lujuriosos perros. Ladran, lloran. Se van corriendo. Tic tic tic. El hombre se va.<br /></p><p>Su respiración es agitada. Pam pam pam. Tocan de nuevo al otro lado de la puerta. Un avión, la alarma de uno o dos carros se oye en la lejanía. Varios ladridos cortan el silencio de la calle de enfrente, inmediata, y opacan el ulular de los autos y el tremebundo paso de las turbinas. París nos deja. La ventana llama o alguien afuera lo hace. Uno o dos minutos después, el silencio. Agitada, aún, mira a su alrededor y sus ojos se detienen en los de él, quien también la mira. Es mejor no seguir adelante. Pram. La puerta de la calle se cierra. Su acompañante deja de serlo y se va para siempre. Ella, desconsolada y radiante, sube la escalera, tlac tlac tlac. Adiós.<br /></p><p>Deus Writer, sentado en una cafetería cualquiera, escribe mientras el humo de un café oscuro y sin azúcar invade el ambiente. En su mano derecha la pluma, en la izquierda la bebida caliente. Sus ojos, por encima del marco de sus gafas observan detenidamente el paisaje solitario o mejor desolador que se teje a su alrededor. Una mujer escondida tras una cortina observa y desea a un hombre joven y atractivo que golpea en la puerta de la vecina de al frente; detrás de aquella puerta un <em>él</em> y una <em>ella</em> enfrentan la realidad y deciden dejarse el uno sin el otro para siempre. Un perro, por curioso, pierde la oportunidad de aparearse y mira, con resignación, cómo su <em>amigo</em> se agita sobre una bella y mugrosa dama canina. <br /></p><p>Writer escribe velozmente sobre el papel amarillo tratando de plasmar en él antes de que desaparezcan las ideas que lo abordan. El humo del café empaña un poco los lentes de sus gafas. De pronto el cielo retumba y un avión corta el cenit. Deus Writer mira hacia arriba a través del pequeño ventanal que enmarca sus ojos, a través del inmenso ventanal que enmarca la cafetería. París nos deja. Una gota salada asoma en sus ojos.<br /></p><p>Las ventanas se cierran a la calle. Los perros se van y el agua que antes mojó a un par de canes agitados se evapora y sube a los cielos. Una mujer cierra las cortinas y se derrumba sobre su nuevamente solitaria cama, llora. Otra dama se detiene tras su ventana y mira el paso de las horas, los carros, los ciclistas, los hombres. Un hombre, en alguna parte de la ciudad, se sienta a mirar el paso acelerado y delicioso de las mujeres, jóvenes o no tanto. Una libreta de hojas amarillas se cierra con impaciencia. En el horizonte un avión desaparece tras las montañas que rodean la ciudad. Otro hombre se acerca a una puerta, toco toco toc; nadie responde, nadie abre. El café se acabó, París nos deja. Adiós.</p></span>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-4704691441815001841.post-48580768983593931102010-03-30T23:08:00.001-05:002010-03-30T23:08:08.696-05:00Odio este momento del día<span xmlns=''><p>Me tomo una leve libertad. Quiero acostumbrar este espacio a sólo ser el reflejo de algo que sería muy pretensioso llamar "mi obra", pero que viene siendo más o menos eso: un conjunto de cuentos e historias que en algún momento de la vida, atropellado por una inspiración fantástica y por la presencia innegable de una musa, aunque esta fuese imaginaria, me dispuse a escribir y, más importante aún, a conservar y más tarde publicar o extender amable y temerosamente a algunas personas que quién sabe qué destino habrán podido darles.<br /></p><p>Pero me motiva esta noche, sí, algo de inspiración que no logra enfocarse en una sola línea creativa y que deambula entre recortes, ideas, situaciones, páginas, recuerdos y, claro, una presencia que tarde o temprano –espero que sea lo segundo- tendré que dejar plasmado en un cuento que hace varias semanas empecé a escribir y parece no querer dejarse terminar.<br /></p><p>Hoy, esta noche, la musa da paso al silencio. Poco a poco viene caminando hacia mí. Deja tirados en el suelo, como en un camino imaginario todas sus vestiduras: su cabello cae por allí ocultando en una maraña los detalles que han ganado mi atención, su sonrisa se apaga cayendo implacable y silenciosa sobre el piso, mientras que su mirada, sus carcajadas, su voz, sus ojos y cada uno de los detalles que han conformado su imagen se quedan atrás. Llega, entonces, hasta mí. Totalmente desnuda, despojada de sí misma. Y es, esta noche, en este momento del día, un solo silencio, un solo vacío.<br /></p><p>Me rehúso a darle cabida esta noche. Sé que pestañeo y la veré. Sé que extiendo mi mano y sentiré el roce de la suya de la misma manera que conservando por un segundo mis ojos cerrados y, prestando atención, su voz rozará mis oídos. Hablará en voz baja, como siempre, y me dirá las palabras que quiero escuchar. Las que supongo que quiere decir. Y si camino, podré escuchar cómo junto a mí otros pasos, que no los míos, marcarán el inconfundible sonido de su marcha. Y llegaremos a destino y nos sentamos a hablar y ella, implacable, se mostrará tal cual es mientras mis ojos buscan en su silueta, en esa fotografía del mundo que dibuja frente a mí, las palabras necesarias para prender la luz en su rostro. Una luz que invita, que tienta, que requiere ser apagada.<br /></p><p>Caminamos de nuevo, la plaza llena de gente. La calle que empieza a recibir las primeras gotas de una lluvia, la misma que parece seguir el guión perfecto de una historia que fue escrita semanas antes. Entonces soy libretista y ella es directora de esta realidad que nos rodea. Y mis manos, que no se acostumbraron a cargar sombrillas, se llenan con su luz hecha carne, sangre y sonrisas. Y apagamos la luz mientras el cielo sigue haciendo su parte. Y su torpeza –la de ella- se combina con la mía. Vuelan cristales, amenazan sonrisas, la calle es una sola algarabía y, sin embargo, sólo se escuchan nuestras voces. <br /></p><p>Pero inevitablemente, algo, alguien, lo que sea, quien sea, arroja sobre el suelo una certeza, un golpe de vida y de cercanía, la inmediatez del mundo se hace presente en todas sus dimensiones. Abro los ojos y encaro la nueva certeza, arribo resignado a esta hora, a esta ausencia, a este vacío, a esta luz falsa que me alumbra desde la pared, a esta luz que se apagará con un simple clic, con tan solo estirar la mano.<br /></p><p>Apago la luz entonces. Abro los ojos y encaro decidido: odio este momento del día.</p></span>Danielito Banghttp://www.blogger.com/profile/10921972734664234702noreply@blogger.com0