jueves, 17 de junio de 2010

Había que ver

"…Que yo sé que la sonrisa que se dibuja en mi cara tiene que ver con la brisa que abanica tu mirada"


 

Había que ver cómo se ponía esa mujer cuando la embargaba el embargo, es decir, la tristeza, porque el llanto se le disfrazaba de lágrimas y los labios abandonaban las sonrisas que la habían hecho tan famosa y tan querida por tantos hombres que habían soñado estar, por lo menos durante un segundo, a su lado.

Era una cosa impresionante hermano, ver cómo sus palabras empezaban a perder el rumbo y se despejaba en su mirada el brillo del agua que amenazaba con manar desde sus lagrimales para empapar sus mejillitas bonitas, que la hacían ver un poquito cachetoncita, pero muy linda, de todas formas.

Yo me desvelaba por no saber qué hacer y había que ver, hermano, cómo me ponía yo también. Uuuy, si me ponía mal, viejo, remal, porque no ve que ella es para mí como el aire. No, como el aire no, como la nariz, como los pulmones. Quiero decir que ella me daba la vida, porque me pasaba la mano por el cabello y yo sentía que el mundo era mío, porque ella, uy, siempre ella... Es que es difícil decirlo y ya, ella era, ella es para mí muchas cosas y ella es la mujer de mi vida, quiero decir.

Entonces yo la llamaba a veces a las horas de la madrugada, que acá en Bogotá es muy fría, y le decía que no se preocupara, que todo iba a estar mejor. Pero cómo iba a saber yo si eso era cierto, cómo le podía decir que todo iba a estar bien si yo lo único que esperaba era poder matarme para irme de este planeta. Cómo le iba a decir cualquier cosa si en últimas era yo el que necesitaba que le dijeran esas cosas y era yo el que estaba, también, triste. Hermano, yo soy una pelota, una güeva, hermano. Pero ella, por lo menos, no se daba cuenta y me creía y, aunque yo no le servía para mucho, por lo menos se contentaba con que yo me apareciera cuando menos lo pensara y así empezarle a invadir la soledad. Ella se dejaba acompañar, así fuera en la distancia, pero me dejaba entrar a su casa y a su alma, al menos por un segundito.

Pero había que verla cómo se ponía la mujer esta, porque el mundo se acababa hermano, se empezaba a derrumbar desde el Nevado del Ruiz hasta el cerro de Monserrate, el sol se caía y más de un sindicalista salía a exigirle al presidente de la república que hiciera algo, viejo hijueputa, porque ella no podía seguir así, no joda gran idiota, porque ella no se lo merece, manito, ella no tiene que sufrir por nada porque es por ella por la que se debe sufrir. Quiero decir que es uno el que sufre por ella, no al revés... y eso lo tienen que saber todos los hombres del mundo carajo.

Además había que verla también cuando se ponía feliz o contenta... Uy hermano, eso era para alquilar balcón o para comprarlo de una el balcón, porque entonces ella empezaba a sonreír y el mundo empezaba a parecer otra cosa, una cosa totalmente diferente, un paraíso, o mejor, un cielo, una cosa impresionante, quiero decir. Ella sonreía y el sol se ponía rojo de la vergüenza y no sabía dónde meterse el pobre solcito, mano. Y la luna, uy había que ver a la pelota esa de la luna, ¡ja! cuando salía se ponía pálida y empezaba a correr para taparse con las nubes no fuera que esa mujer la viera y se le burlara. Pobrecita la luna esa.

Entonces reía y se ponía a cantar. No, la luna no, no sea tan marica; ella se ponía a cantar. A veces, con esa voz suya de ella, hermano, que no sé si era bonita o fea o afinada o no, pero uy si cantaba esta mujer, tra-la-la-la-la, cantaba. Y cantaba cosas hermosísimas. Y si no cantaba pues no importaba porque entonces hablaba y su voz invadía cada esquina, cada rincón de la ciudad, del barrio, de la cuadra, de la casa, de la habitación, de la cama, de la cabeza, de la boca, de los dientes, de los dientes suyos que del color de la pálida avergonzada lo dejaban a uno embobado, como Berenice a su pobre primito. Berenice marica, la vieja esa del cuento que le dije que había leído en el libraco ese rojo de allá. No sea pendejo, qué le voy a contar ni mierda más de eso, luego le presto para sacarlo de la duda, así me va a entender.

Bueno, déjeme acabar de contarle lo de la niña esta. Había que verla cuando, contenta, se limitaba a guardar silencio. Uy, hermano, si usted la hubiera visto, carajo, se habría vuelto loco, porque de repente su cara se quedaba ahí, quieta, desparramando tanto silencio en el mundo que hasta el sol y las estrellas se asomaban al tiempo para ver qué carajos había pasado. Yo me asustaba viejo, me asustaba porque me decía que ella iba a explotar y me iba a mandar al carajo, entonces trataba de romper el silencio y le decía cualquier cosa (¿en qué piensas?), cualquier barbaridad (¿te quiero mucho?), cualquier piropo (¿estás muy linda?) y si no era ella pues el mundo, los demás me mandaban para el carajo, que me callara, decían, que se calle este idiota o es que qué se cree el muy imbécil... Será que cree que tiene derecho a metérsele en la vida a la mujer esta, man tan sapo, decían.

Uy, había que verla entonces y morderse los codos porque no se podía hacer nada más hermano. Sólo mirarla y esperar a que ella rompiera el silencio, que seguro lo dejaba y empezaba a contar sus historias bonitas o tristes dependiendo del ánimo, el día y el clima.

Pero como tiene que suceder con todas las mariposas, hermano, ella se fue viejo, se largó y dejó tanto silencio que la ciudad ya no fue la misma, ya no servía para ni mierda esta puta ciudad. El sol salió cuando se le dio la gana y la luna, luna de mierda, miraba las calles oscuras con la arrogancia dictadora de su invariable triunfo sobre la libertad de esta mujer que se nos fue.

Dicen que se había ido para el occidente, al otro lado de la cordillera. A mi se me daba lo mismo que se hubiera ido para la casa de la otra cuadra o para el fin del mundo o para la cochina quinta avenida de nueva york o para la muralla china o para el salto el ángel o para rosario o para teotihuacán… a mí se me daba lo mismo, porque ella, bien o mal, se fue con un man, hermano, se fue con un tipo y nos jodió hermano, nos jodió, porque sí, uno sabe, uno está seguro, de que ella, tan linda, va a encontrar a alguien que le guste, digámoslo así, y entonces se va a sentir bien dejándose querer y, por qué no, queriéndolo.

Pero una cosa es saberlo, entenderlo, incluso aceptarlo, pero otra muy diferente es vivirlo hermano. Uy la mierda que se volvió todo por estos lados. La vida ya no valía un sincero peso, ni un centavo… No valía ni una cagada de paloma porque sí, uno seguía caminando y respirando y todas esas vainas, pero qué iba a hacer carajo, si por dentro me estaba muriendo.

Mas eso es otra historia que no voy a contar acá porque yo le estoy hablando es de ella, no de mí, y pues ganas no me faltan de contarle al mundo lo mucho que la quiero, hermano, pero qué saco yo con eso… apenas me oiga la Caperuza pues me va a mandar para el carajo y me va a decir que soy un idiota, una güeva, una cagada de paloma. Sí, la Caperuza, marica, es que no se acuerda este man de la niña esta…Caperuza, dejémoslo así, es una amiga mía que me quiere matar y a la que quiero matar yo también y que nos queremos mucho.

En fin, ella se fue de la ciudad y había que ver hermano el frío que bajo hasta las calles. Uy no, si hasta las palomas se empezaron a morir y más de una luz de navidad se reventó por el hielo que la aplastó. Conocí a alguien que me dijo que esto se iba a acabar muy pronto y que quizás las cosas no pasarían de navidad. Las salas de cine le prohibieron la entrada a los que no fueran acompañados y en más de una reunión familiar se hizo una oración por el alma de los que no se habían acabado de morir y la de los que no sabían ni aprenderían nunca, quien sabe, a olvidar.

Había que ver todo eso y había que ver lo feliz que ella estaba, allá en su nueva felicidad de a mentiritas, hermano. Uy si habrá estado feliz ella con su contento al lado y sus nuevas historias bonitas en construcción.

Claro, había quererla cuando se ponía triste por allá tan lejos y no había nadie para consolarla. Dicen que se escondía o la escondían para que nadie la viera, pero eso se le daba lo mismo a ella, porque estaba triste hermano… yo no sé, yo no estuve ahí ni me acerqué pero estoy seguro, se lo juraría por mi vida, por mi muerte si se quiere se lo juro, que la carita se le puso blanca y las lágrimas querían asomarse hermano. Estoy seguro que ella empezó a hablar en voz muy baja, digamos que para sí mismo, y habrá empezado a recorrer de nuevo, en su cabeza, en su silencio, los pasos que la habían llevado durante las últimas semanas hasta allí.

Recordó, por ejemplo, el día en que conoció a su contento de al lado, el día en que se dio cuenta de que tal vez lo quería, que de pronto lo necesitaba. De pronto se acordó del día en que me mandó para el carajo, el día en que se dio cuenta de que no podía hacer lo que estaba haciendo pero lo siguió haciendo… Seguro que se acordó de mí, seguro hermano, se acordó y le hice falta.

Había que ver cómo me puse cuando me dijo que había querido hablar conmigo ya desde esos días. Uy hermano, parecía un loco, más contento que el contento de ella, bueno, de pronto no tanto, de pronto no me cabe acá la comparación. Pero hermano, el punto es que ella me hizo sentir como dios y como el diablo cuando me dijo que había querido hablar conmigo desde ese entonces o desde antes, qué sé yo. Al fin de cuentas eso no importa.

El caso es que ese viaje le hizo un bien muy grande, pero a la vez le hizo un daño igual. Y había que verla hermano cuando la volví a advertir su presencia en este mundo circundante, con esa carita suya tan hermosa o más que siempre, pero con una tristeza tan grande en el corazón, en la voz, en esa vocecita suya… Yo me quería matar ahí mismo, yo hubiera podido morirme lo había hecho hermano.

Ella no se merece eso, para nada, ella es mucho mano, ella es todo y no podía creer yo, en mi desenfrenada idolatría, que un hombre, sea cualquiera su nombre, la hiciera sufrir. Yo casi salto del balcón ahí mismo, pero no lo hice porque… no sé porqué no lo hice hermano, tal vez porque ella es para mí tanto que sabía que si me moría la iba a necesitar en el otro mundo o si no qué, pues me acababa de joder y así para qué putas morirse uno.

Cuando la veo le digo que es una mariposa naranja y ella sonríe y no me cree cuando le digo que cuando se sonríe el sol se pone colorado de la pena y no sabe dónde meterse. Lo que pensará el sol cuando ella dice que no cree tanto, el pobre solcito se ha de sentir como una güeva, como una cagada de paloma.

Lo que quiero decir es que ella no sabe que el mundo la necesita, la quiere tanto, hermano. Ella no cree que el mundo está a sus pies y que no es sino que ella chasquee sus dedos y hágase la luz marica, de verdad, no se ría, no sea pendejo. Que no es chistoso, no es chistoso, hermano.

Hay que verla cuando ella me empieza a decir que no sabe cómo debe estar ni cómo puede sentirse. Yo le digo que esto, que aquello, que todo va a estar bien, que no se afane, que de todas formas todo está en sus manos… Ella como que me cree pero luego recapacita y pareciera pensar que cómo me va a creer, no sea tan güevón, si yo ando más jodido que el putas, hermano.

Entonces me dice que además de todo pasa esto o lo otro y que yo que ah bueno, que fresca que ya vemos qué se le hace y por lo menos por un segundo, el segundo más corto y delicioso y fantástico del mundo ella me cree y me da las gracias y, a veces, hasta me dice que tan lindo, que tan bello, que tan bobo, que madure, que gracias de nuevo. Tan güevón.

Hay que verla, hermano, porque a veces le dan las ganas de llorar y llora mano, llora y yo no sé dónde meterme, qué hacer, si calentar agua, si hacerle un té, si saltar del balcón, si esconder el sol, si apagar la luna, si romper las estrellas, si hablar, si quedarme callado…

Y para no llorar ella empieza a pestañear y, ay del mundo hermano, ay del mundo, porque dicen que el aleteo de una mariposa en titiribí o en donde sea puede producir un huracán en kabul o en tacuarembó, al otro lado del mundo o qué sé yo… Que ya lo había dicho, sí, pero es que es impresionante, hermano, hay que ver cómo se pone todo cuando ella pestañea así.

El huracán era acá mismo viejo y esto se ponía como para vender el balcón. Todo, todos corriendo para hacer algo, para evitar lo inminente y ella, resignada, resignándonos, se dejaba caer y llora.

Otras veces, en cambio, ella pestañea, tranquila, sin más preocupaciones que respirar tranquila, y hay que verla hermano. Carajo, si el mundo es otra cosa, otra cosa totalmente diferente, porque el sol, el pobre solcito, es poco más que un estúpido falto de atención. En serio… ¿cómo es que dice la canción? Eso de que las sonrisas mías tienen que ver con la brisa abanicada por su miradita… y es eso, que ella lo sabe y yo lo sé y lo sabe todo el mundo…

Bueno, la historia va en que ella ha vuelto a la ciudad y el frío que bajó a las calles sigue ahí espantando locos cada vez que los ve con ganas de llorar, el sol va empezando a sonrojarse de nuevo cada vez que sabe que ella está en la calle. El contento que iba hace unas semanas junto a ella pues de cierta forma sigue allí, a su lado,
pero ella no parece muy contenta. La luna, ah la pobre lunita, pues todavía no se atreve a salir del todo y sigue entre menguante y creciente… Ye se le pasará a la luna.

Hay que verla a la mujer esta hermano, porque dice que no sabe qué hacer y yo trato de decirle que eso no importa, que ya todo mejorará.

Yo, enamorado como siempre, le digo que extienda sus alas de mariposa fénix anaranjada y se permita ser libre, con su contento al lado o sin él, que no importa que esté sin mí, pero que sea feliz, libre, contenta, mariposa; sólo que sea lo que es porque es eso lo que necesita ella misma y el mundo, el mundo ya se encargará de aprender a vivir sin ella.

Hermano, ella es todo y es nada, porque cuando está uno como que salta de la dicha, como que se deja llevar por sus ojos y sus y uno como que se enamora… pero como decía, a la vez es la nada, porque uno sabe que no puede acercarse demasiado, que saltar es algo imposible y que los límites están marcados y que no se puede uno pasar de la línea que está entre ella y yo, es decir… bueno, ya se entiende.

Había que verla hermano cuando esta mañana me llamó para contarme que estaba contenta (o estaba triste?) y cómo me puse yo, también había que verme hermano. Quedamos de vernos por acá a eso de las 4 ó 5 de la tarde (o de la mañana?) y ya debe estar por llegar.

Voy a cerrar el cuaderno hermano, no sea que llegue y me vea escribiendo y me pregunte que qué escribo y yo no sepa dónde esconderme ni qué decirle.

Parece que ya está llegando… ¿Qué cómo lo sé? Pues vea nomás el cielo cómo se puso, todo anaranjado allá en el horizonte… Debe ser la luz del sol reflejada en sus alas, debe ser el sol mismo que se sonrojó, debe ser la luna sangrando de la rabia. Debe ser que ya está por llegar la mujer esta. Voy a cerrar el cuaderno y vamos a decir que ya acabamos de contar lo que quería contar, aunque nunca voy a terminar nunca de contar nada hermano, porque cada día va a ser necesario llamarla y decirle que el sol se pone colorado de los celos, que las estrellas me mandaron para el carajo por hablarles sólo de ella, que la luna me clavó uno de sus cachos menguantes en el ojo derecho, que sus alas de mariposa parecen de fénix, que ella es lo más importante del mundo, que siempre estaré a su lado y que me muero del rencor de saber que alguien se ha ganado el espacio de su corazón que yo quisiera tener… Ah, esta mujer, esta mariposa ya no pudo joderme la vida pero me condenó a verla todos los días y a ser el hombre más feliz (infeliz?) del mundo a su lado… o lejos de ella que a la larga es lo mismo.

Voy a cerrar el cuaderno antes de que llegue, que si llega, hay que verla, hay que ver cómo es de linda y hay que escuchar cada palabra que me dice porque cada una, cada letra es tan importante como la anterior y la que sigue… Es que ella, hermano, ella es mucho, ella es lo más importante…

Había que verla ¡No le digo¡ había que verla.