lunes, 4 de junio de 2012

Un mal día

Un mal día es encontrar todos los semáforos en rojo cuando vas regresando a casa. Es que la jornada de ocho horas se extienda más y te parezca eterna. Es que el sobre del azúcar se te caiga entero en el café. Es que el sol te ahúme la cabeza mientras caminas sin afán para cualquier lugar. Es que el desayuno te manche la camisa y que, a pesar de despertar más temprano, llegues tarde. Es que las noticias de tu equipo de fútbol no sean, nuevamente, nada buenas. Es tropezar cuando la joven que pasea los perros cerca de tu casa te sonríe. Es que la Luna se te esconda detrás de las nubes. Es un mal día cuando la Luna te parece una hipócrita o cuando te quedas mirándola como si fueran los ojos de Medusa... y congelado te sorprendes atrapado por la nostalgia.

Un mal día es un correo urgente que llega justo cuando estás apagando el computador. Es descubrir una raya enorme y muy visible en la pantalla de tu teléfono. Es que en la fila se te atraviesen otros afanes que no respetan tu propio tiempo. Es un paso pausado, es un regreso. Es desconfiar de la mirada de esa borrosa mancha a la que apodas 'los demás'. Es abrir una cerveza y recordar que es lunes.

Un mal día es extraviar tu taza de café favorita. O que un vaso de agua se vuelque sobre tu teclado. Es que la señora de la tienda no te atienda bien y no responda ni a tu forzada cortesía. Es pagar deudas que vacían tu cuenta a comienzo de mes y es volver a tu casa para encontrarte con el desorden que aplazaste desde la mañana.

Así termina un mal día.

Un mal día comienza por allá a la media noche cuando se me atravesaron sus palabras (ajenas a mí, por supuesto). Avanza con piezas de mundo y de momentos que gritan su nombre. Continúa con brillos que evocan su mirada y carcajadas que imitan a la suya. Un mal día termina con la certeza de que fue un mal día porque no hice otra cosa que pensarla. Y yo ya la había olvidado.