domingo, 31 de julio de 2011

Qué desastre

«Tal vez, digo, yo sea únicamente el que te escribe: no, ése tampoco soy yo: yo soy el que piensa un montón de cosas que decirte, el que busca claridad en las palabras y las putas palabras no salen claras, salen amputadas, de vez en cuando brillantes, salen hasta "patéticas", qué desastre, qué estilo tan efectivo, qué talento. Más: yo soy solamente aquél que se emocionó con tu carta y pensó: "Voy a escribirle"»

Andrés Caicedo Estela.

jueves, 28 de julio de 2011

A la larga

A la larga todo fue, simplemente, una breve caminata a lo largo de quizás dos o tres cuadras oscuras pero matizadas por el ruido que a esas horas seguía reinando en sus alborotos mientras quién sabe cuántos más corrían de regreso, apresurados, hacia sus casas.

Fue, por un solo instante, agradable dejarme llevar tras ella como jalado por esa sombra que se proyectaba apenas perceptible, a veces traviesa y esquiva, en el suelo de una calle que trataba de guardar la compostura tras una larga tarde de lluvia intensa y permanente.

Decía, continúo, que fue agradable dejarme llevar por ella. Navegaba sobre su sombra mientras su cabello ondeaba como arrastrado por una brisa que me dejaba percibir su aroma, el mismo que me atrapó cuando apretujado logré la osadía de colarme al bus que me llevaría a mi destino.

El viaje duró apenas unos minutos. Suficientes para percibir sus facciones limpias y, presumo, frías. El color del pelo, oscuro como el que más, contrastaba en su largura lisa con la pálida piel que no se permitía una sola sonrisa y el abrigo blanco que –presumo también- ocultaba una silueta fina y ligera.

A la larga, decía al comienzo de todo esto, todo fue no más que una breve caminata sobre un par de calles oscuras y húmedas; revueltas por el viento que alborotaba ese aroma que despedía el cabello negro. Su camino dejó de ser el mío cuando giró hacia la izquierda en una esquina que, otras noches, recorriendo las mismas aceras, había ignorado.

Me gusta creer que en ese lento y pausado giro hizo un gesto parecido a una sonrisa para despedirse antes de desaparecer tras quién sabe cuántas calles más.

Lo cierto es que seguí caminando hacia adelante, sin mirar atrás y pensando que, a la larga, todo no había sido más que una caminata de, acaso, dos calles.

Habría tenido que estirar un poco la mano y, tal vez, alzar la voz por un segundo mientras caminaba tras ella. Quizás ahora contaría otra historia. Pero la cierta es esta, que escribo antes de que se me olvide y se nos escape como ese bus que habría querido alcanzar para inventar una nueva fantasía con, quién sabe, alguna silueta de cabellos negros y largos y una pielecita blanca que se negara a sonreír.