jueves, 25 de marzo de 2010

Al fin y al cabo

Tenía que mirarla a los ojos para darme cuenta de que estaba allí, esperando a que con un abrazo la dejara en paz y me largara para mis carajos y mis mierdas. Pero no lo hacía, no reaccionaba, no la abrazaba ni era capaz de dejarla sola y sin mí… de dejarme solo y sin ella.

Caminábamos día a día, contando y anotando en la memoria los pasos para, en los momentos de ocio o desespero, recordar y tener palabras; poder armar algunas de las frases que nos alegrarían las tardes de lluvia.

Escampaba y salíamos desesperados a tragarnos por la boca, por los ojos, por cada poro y orificio de nuestro cuerpo el aire húmedo y casi virgen de la mañana, de la tarde, de la noche, de la madrugada.

Lo único que importaba era que estábamos ahí, padeciendo el mundo y el tiempo que nos tocó vivir, con nuestros problemas, que nos importaban sólo a nosotros mismos y que se convirtieron en la única razón, en el único cabo de atar en nuestras vidas.

Dejé, una noche, de mirar cómo sus ojos me decían que me fuera para el carajo o para la mierda o para el infierno… o que me decían que la abrazara, que la amara, que la matara, que me la llevara, que la dejara en paz en mis adentros…

Me fui, sin oír un solo grito ni una palabra que me dijera quédate. El silencio fue entonces nuestra compañía, y nos perdimos, me perdí. Se perdió para minutos, horas, días, semanas, meses, años, lustros, décadas, siglos después, seguirnos buscando, gritando en el vacío las palabras que pedirían el regreso.

Un regreso que nunca fue y nunca será, porque las despedidas, como la de ella, son para siempre. Las cartas escritas con sangre son la forma más rotunda y contundente de decir adiós, hasta nunca, te vi, te jodí, marica, güevón, comemierda, te jodí, adiós…

Yo no volví, entonces (y retomo la historia en su orden) porque encontré al dar la vuelta a la esquina un resumen de las cosas que deberían pasar por mi vida, que debieron haber pasado, y preferí aprovechar para vestir a mi soledad del tinte coloreado de azul y ceniza de una niña linda, de ojos verdes y de alma blanca, un poco turbia, pero mía; después de algunas horas, mía. Al fin y al cabo mía.

Pero fue algo pasajero. Fue un resumen que aprendí y que hoy puedo contar con pelos y señales, con puntos y comas, con paréntesis, citas textuales, notas aclaratorias, versos de poetas prestados y su banda sonora correspondiente.

Pero eso es otra historia, y otra historia es la que me trae a esto y la que estoy contando.

Después de resumir por algunos años quise volver, pero el camino se borró conforme yo me alejaba, así que fue una travesía inútil que no me llevó a ninguna parte. O sí, me llevó a un lugar que no conocía y que había cambiado tanto desde la última vez que lo inventé que ya no sé ni lo que estoy diciendo.

Así son las cosas en mi familia, confusas, perdidas en el horizonte de las sabanas mojadas por las goteras de diciembre y la fuga del lavamanos.

Ella se murió. Lo supe porque Señora Ella me entregó, patética y llorona, un sobre arrugado, sellado y rojo… manchado del rojo de las noticias de un adiós inesperado pero por el que estuve contando los minutos de los días de los meses de los años de los siglos que aun no terminan.

"Me voy, porque te fuiste y porque fui sólo un recuerdo que olvidaste cuando giraste en la esquina…" Algo así era que decían sus palabras y yo, por supuesto, me caí, me cagué del dolor y se me acabó de joder la vida, porque si volvía a buscarla pues lo lógico era que esperara encontrarla para abrazarla y comerme la mierda que me regalaba o que me negaba y para comerme el amor que me regalaba o que me negaba o para, con mis dedos, limpiarle las lagrimitas de niña que aniñaban -aún más- sus mejillitas grandes y colorás, como decía Ña Cinta.

"Así que se fue", dije por fin, mientras Señora me regalaba un besito para el consuelo, y un cafecito para la calma y un besito más para el olvido y un cafecito más para la noche…

"Sí, se fue", me dijo entre beso y tinto Señora y yo no entendía cómo carajos se fue si el que se había ido era yo y que cómo así que ahora se le dio por morirse sumercé si necesito que me diga si al fin sí se va conmigo para el carajo o si me voy solo y la espero o que qué hago…

Preguntas que se quedó sin responderme, pero que algún día…

Pregunté, sin embargo, que cuándo se había ido, pues para saber si iba muy lejos o si todavía no, si todavía la podía alcanzar o si de pronto podía hacerme el favor de decirle a Vivica que porqué se fue hace rato y no me dijo nada, ni un adiós, ni un te quiero ni nada de esas cosas… Y que le pregunté que cómo está todo por allá, y el niño… Que si es niña o si no fue, si es que acaso lo que decían por allá en el barrio que invita a volar, que nada de eso, que de niños nada, que de putas mucho…

Me dijeron que se había ido hacía unas horas y que podía visitarla en la salita de la casa, que allá, aunque estaba prohibido por las autoridades municipales, ella seguía recostada esperando la hora de cerrar las puertas.

Yo fui corriendo, porque en esos años sólo podía correr, las piernas se me habían cansado de caminar y me dolían las almas de las manos y los años de los pies, así que corrí… Usted me ha de entender, y si no pregunte que yo le explico mejor…

Y allá estaba, recostada, incómoda, pero descansando y dormida como si no fuera a despertarse nunca.

Y tan cerquitica de mí y tan lejísimos de mí que me espantó ver sus ojos cerraditos y sus labios sellados a más no poder, y una palidez en su cara que espantaba a las mismas almas del purgatorio o a dios mismo, o al diablo, o al perro del vecino… Estaba blanca, transparente, perdida.

Disimuladamente, con la puntita de los dedos, me acerqué a sus ojitos cerrados y busqué la mirada de abrazos y cosas de esas, pero no pude, porque alguien llegó gritando que era la hora…

-La hora de qué!!!!!! -pregunté.

-La hora de cerrar la puerta, pendejo.

-Jueputa -pensé decir. Pero Jesús, que observaba asustado desde su crucifijo de plata me acusó silencio con la mirada…

Cerraron las puertas, les echaron tierra y una canción sonó, una agüita aromática perfumó el ambiente y los besos y cafecitos de Señora midieron y dividieron los segundos en que vivo ahora. Ella se fue.

Yo a veces la llamo y le digo que cómo está todo por allá y ella me dice que bien, que un poco solo y frío, pero que bien. Que Vivica camina despacio porque los años y el dolor no la dejan correr y el niño, que es más bien niña, la ayuda a pisar el suelo con una muleta de palo, un balso con un sol pintado en la punta que consiguieron en el camino.

También me dice que un día de estos viene (...se despierta, me sonríe, me lleva...) y me invita a irme a vivir con ella. Yo tengo lista la maleta, con unas pastillas para el dolor de almas de las manos y años de los pies que me recomendó Señora.

Señora sigue por ahí dando vueltas por toda la casa, llorando como magdalena de que la carta estaba escrita con sangre y que esta mañana le tiré por el piso el café y le rechacé los consuelos.

Bah, ya se le pasará, o si no me voy y le dejó escritas cartas de esas. Al fin y al cabo yo lo único que quiero es largarme para mis carajos y mis mierdas… Que se joda Señora, yo quiero estar tranquilo. Al fin y al cabo ella, la de los ojos pedigüeños, me va a llevar con ella y con Vivica y con la nenita; al fin y al cabo eso es lo único que espero…

Eso, o llegar a alguna parte que ya me cansé de correr.

Dejo hasta aquí esta historia. Señora Ella me mira desde el otro lado de la habitación y sus ojos me recuerdan, con cierto dejo de repugnancia inexplicable, a otros pedigüeños. Debe seguir triste por el café que le tiré esta mañana. Bah, tendré que amarla. Sólo queda llamar a Grolie y decirle que llegaré tarde a lo de Lena. Que me disculpe con Clarita. En realidad tal vez no llegue. Tal vez esta noche se me acabe el dolor de las almas y los años. Al fin y al cabo, eso, es lo único que espero, eso. Hasta mañana.

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