lunes, 15 de marzo de 2010

Esmeraldas prestadas

Hablaba de cosas importantes desde el otro lado de la línea. Me imagino que mientras pronunciaba con rabia las sílabas a-ni-llo, unas veces, ó ar-go-lla, otras más, con las yemas de sus dedos acariciaba el aro redondo y brillante. También presumo que cuando se rió, los objetos frente a ella perdieron su atención y ella cerró un poco los ojos, echó la cabeza a un lado y el Sagrado Corazón que cuelga de la pared de la sala de su casa sonrió en silencio admirado por una sonrisa más sonora y más divertida que todas las que conocía. La misma que retumba aun por todos los pasillos, las escaleras, las habitaciones, los baños y los rincones de la casa. Una casa más grande que el silencio. Un silencio que por mucho tiempo ha sido mi homenaje; mi homenaje hacia ella.

Con un carboncillo imaginario dibujé presuroso su imagen en mi mente. Carboncillo de colores, si existe. Así me permití dibujar su cabello del color del trigo maduro, brillante como el sol de la mañana; sus labios enrojecidos, extasiados y embravecidos en una sonrisa violenta y alegre; los ojos, algo cerrados, pero mirándome desde su misterio verde como la esmeralda, despertando en mí la sensación de tener en mis manos, precisamente, una esmeralda. Gema que no es mía, que en cualquier momento me van a quitar de encima. Esmeraldas prestadas, robadas, ajenas. Esmeraldas en mis manos.

Abro los ojos al escuchar el silencio al otro lado de la línea. Ella, respirando en primer plano; sus dedos que golpean el teclado segundo; y, más allá, el mutismo de su casa sin nadie, el mismo del Sagrado Corazón que ya no sonríe por disimular.

Uno no sabe qué decir, pero algo dice. No puedo negar que me alegra un poco la noticia, que siento que se abre frente a mí una puerta al final del túnel: Encerrado en las tinieblas del silencio, escucharla sonreír y oír el roce del metal brillante en sus manos me abre un hoyo por el que entra una luz, tenue, pero luz al fin de cuentas. Y sin embargo no es la alegría absoluta.

    Cuelgo. Me despido más por obligación que por ganas de hacerlo. Salgo a mirar en el silencio bullicioso de la calle las sombras de los ausentes y recuerdo, de inmediato, a Diana. Tengo que buscarla y comunicarle las noticias nuevas que han presentado en la radio. Decirle que me distraje porque Ángela decidió romper su compromiso, pero que nunca dejé de pensar en ella.

En efecto, te busco, Diana. Camino dos cuadras y media, siempre al borde de la acera, siempre girando de cuando en vez en espera del bus que me acercará a ti. Podría haberte llamado ¿pero a dónde? En el bus me dispuse a leer, pero el sol a esta hora quema los cabales y duerme hasta al más preocupado.

Llego a mi destino; o cerca de él para ser más preciso. Ya lejos de mí el bus camino y llego a tu casa Dianita. Al abrirme estás tan adormilada como yo, pero me dejas pasar, invadir tus minutos, solamente unos pocos minutos. Sentado en tu sala, esperando que prepares el café que te acepté, recuerdo a Ángela, con sus cabellos de oro, y te grito desde el otro lado de tu mansión clase media. "Ya no se casa. Ángela ya no se casa".

Dejas caer a un lado y con algo de violencia la taza que preparabas. Pero la tomas rápido, viertes el agua hirviendo. El vapor limpio te humedece la nariz. Bates con una cuchara la infusión. Agregas azúcar, tal como sabes que me gusta, que me agrada; bates de nuevo clac-clac con la cucharita.

Llegas hasta mí sonriendo. Forzando el gesto, eso se te nota.

- ¿Estarás contento? –dices- No se te nota más que perturbado.

- Perturbado estoy. Es imposible dejar de pensar en una puerta abierta, una puerta lejana y abierta. Pero tengo miedo de caminar en estas tinieblas sólo guiado por su dolor y mis ganas.

Recuerda Diana, mientras me escucha, que hace muchos años, despechado como soy, y ebrio como pocas veces, le prometí sonriendo como Angelita, que no volvería a hablar de ella, que la seguiría amando como siempre, pero que le haría un homenaje, que callaría su nombre, sus aes y sus alas, su Án-ge-la, y que el mundo no oiría más que mi silencio.

Borracha, como estaba, Dianita me dijo que esperaba que yo le estuviera abriendo la puerta a su túnel. Evidentemente me cogió la caña. Ebrio, la dejé salir hacia mí. La abracé, la besé. Ella hizo lo propio. Desde entonces, delirante por sus besos y sus tazas de café, con dos cucharaditas de azúcar, embriagado por su nariz humedecida y tibia, hemos seguido caminando juntos.

Mi homenaje sólo tuvo dos excepciones: Ángela y Diana. De cuando en vez y de vez en cuando hablaba con Angelita de ella misma, de Gabriel, de su compromiso y cosas de esas. Igual hacía y hago aun con Diana, que de vez en cuando se me enoja.

- "Angelita. Ángela. Ángela para esto y para lo otro, para lo uno y para lo demás. –Dice en tono sarcástico y remedón- Que se fue y que va a volver. Que Gabriel y que el anillo". –Y remata- Te callas Orlando o te mando pa la mierda. Valiente homenaje le estás haciendo a la famosa Angelita hablando de ella todo el tiempo.

Pero yo la contento rápido porque le digo simplemente que desde que borracho propuse mi homenaje, mi corazón piensa en "Dianita. Diana. Diana para esto y para lo otro…"

Se sienta a mi lado Dianita a hablar de Angelita y de Gabriel. Se te nota el nerviosismo Diana, sabes que apenas pueda te rompo este silencio en la cara y el mundo entero me encuentra hablando de Ángela y clausurando mi homenaje. Pero no te pongas nerviosa, creo que no me iré de ti. Creo que prefiero mirarte a ti. Creo, por lo menos.

¿Y qué si me voy? Pues me esperas Dianita. Tan boba tú. Recuérdate que Ángela se ha portado conmigo como todo menos que como indica su nombre. Más tarde que temprano me verás llorando en tu hombro y hasta abrazando de felicitación a Gabriel por su inminente matrimonio.

Dianita que quería llorar ya no llora y se me echa encima. Desborda la taza el café sobre el suelo y mis manos contienen alegres el cuerpo que me invade. Beso tras beso un carboncillo imaginario tacha una imagen en mi mente. Dibujo de nuevo y una nariz húmeda y tibia, un rostro demasiado alegre, se asoma en la penumbra. Por ahora me quedo, reventado de la risa, gozando ante la luz al final del túnel Angelita… ¡Qué digo! Dianita, quise decir Dianita.

7-Dic-2007

No hay comentarios:

Publicar un comentario