domingo, 12 de septiembre de 2010

¿Qué tal?

Qué tal coger, por ejemplo, esta puntillita, mal clavada como ves, y presionar la punta con el dedo. Darle, duro, presionar más hasta que la piel se ponga blanca por la presión. Y más. Seguir empujando, que el dolor aumente y la carne ceda. Que empiece a salir la sangre. Tocar el huesito, seguir presionando, empujando, hasta que la puntilla llegue a atravesar totalmente el dedo y finalmente levante la uña. Que la arranque desde adentro. ¿Qué tal?

O si no, entonces que ella le diga que no. La que tantas veces le ha negado el sí, otra vez le diga que no y se vaya. ¿Qué tal la incertidumbre de no saber qué está haciendo a estas altas horas de la noche? Pues qué va a ser si no lo que piensa, pendejo. Con el amor de sus tormentos. Y más aún. Ponerse a imaginar de verdad qué-es-lo-que-está-haciendo. Seguir hasta que el puñal le arranque el corazón desde adentro.

Duele ¿cierto? Pero no es lo mismo. Este dolor tiene que ver más con el sentimiento y aquél con las sensaciones -¿si es así Mayena?- Cómo sea.

Estábamos en la puntilla. Y qué hace uno en esas. Rico. Coger el dedo, chuparse la sangre. No sé por qué se me ocurrió esto, pero viendo y escuchando desde el televisor a esa trompeta, al tal Clifford dele que dele con las mejillas infladas como globos, y a punto de reventarse, como globos, por eso lo decía, se me dio por reventarme el dedo.

Chuparse la sangre. Con el dedito en la boca, vuelto mierda, chupar y con la lengua acomodar la uña, todavía pegada con alguna fibrita de piel a alguna parte de la mano, en su lugar original si es que aún queda cimiento de aquél. Chupar. Rico.

Y la sangre que baja por la boca, la lengua y la garganta. Calientita y mía. Quiero decir, la sangre de uno mismo. Y de pronto sentir su calorcito en el pecho y quizás sentirlo en el estómago. Ah, placer, sólo placer.

Después meterse otra pepa, otro soplo, otra bocanada. Para dormir el dolor y no dejar despertar los cabales. Mientras tanto mirar que en la mesa, en la puntilla, un trocito de carne propia y viva llama, roja, a gritos. Tomarla con el dedo, otro dedo, la misma mano, y pa la boca. Rico. Masticar, mezclarla con la pepa vuelta grumos a mordiscos o revolverla con el polvito… Mierda, mierda, meterla en el tubo y comérsela a bocanadas. Mierda. Los cabales que para allá se fueron.

Qué tal esperar a que llame, que seguro llama, por esta cruz que llama -¿si o no Mayenita?- y esperar a que salude. Saludar, claro. Preguntar que cómo le fue anoche. Y justo antes de que abra la bocaza, caverna de escombros y purita mierda, y diga que tragó y tiró de lo lindo, mandarla para la mismísima mierda. Y sin dejarla decir esta-boca-es-mía tirarle el teléfono, ponerle un tramacazo a la distancia y en el oído, en la oreja, y volvérsela chicuca, física chicuca. ¿Sí o no? Bacano. Por fin algo de placer.

Y salir a la calle a que el frío me haga doler el dedo, el puto dedo vuelto mierda. Pero le tiré el teléfono y la mandé pa'llá, pa donde sea. Algo de placer para este muerto. ¿Qué tal? ¿Cómo la ves?

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